Mamá necesita un bañador nuevo. Vamos a la tienda de lencería. Justo delante de la caja, toda una estantería de négligés. De todos los colores. Y muchas transparencias. Uno en concreto, de un blanco virginal está dotado de unas copas rotundas de las que cae un bonito y corto cuerpo de fino encaje. Nunca antes se me habría ocurrido. Pero no me gusta la palabra nunca. Es demasiado aburrida. Me pregunto cómo me sentará la prenda. De la misma manera que me gustan les petites robes noires, por qué no probar con una nueva adicción que al parecer resulta muy divertida.
Me topo con la mirada de papá. Y papá como elemento predominante entre candilejas borra de un plumazo la escena coral que empezaba a dibujarse en mi imaginario.
Tal vez en las próximas rebajas me deje tentar de nuevo. Pero procuraré no ir tan bien acompañada cuando eso ocurra.
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