Ya no hacen las sombrillas como las de antes. Ni los despertadores. Aquellas sombrillas de estampados setenteros, de enormes margaritas naranjas con pronúnculos azules sobre fondo marrón que acababan ganándose el derecho propio a formar parte de la familia de tantos veranos compartidos juntos. Te podías dejar a la abuela si no cabía en el coche pero nunca la sombrilla. Había sombrillas que provocaban tu envidia y admiración, las heineken y las mahou, tan modernas, tan fashion condenada como estabas a salir siempre estampada en las fotos con el adefesio.
Pues ya no hacen sombrillas como aquella que tenía y que ahora añoro. Esta mañana la nuestra ha salido volando, ha desaparecido literalmente mientras nos bañábamos. Cuando la hemos echado de menos, hemos salido corriendo en su búsqueda. Hélas hemos hallado el cuerpo a unos cuantos metros del campamento base. Un alma caritativa ha tenido a bien echarle una piedra encima. Diagnóstico: dos varillas han caído. Dos años nos ha durado esta. Una mierda, vamos.
Como el despertador que se ha puesto a 12:00 sin avisar. Y yo pensando que llevábamos más tiempo que la señalada, cuando lo he visto, me he quedado muerta pensando que era una consecuencia de mi ataque de ansiedad. Así pues nos hemos quedado más tiempo metidas las tres en el agua viendo cómo la gente sorpresivamnete se iba y nosotras aguantando. A punto de la insolación. Aunque en este caso se habría tratado más de un caso agudo de hiperhidratación.
¿Es que ya no queda nada que no lleve fecha de caducidad?
Pregunto.
Hmmm.
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