Once días sin decir nada.
Bien.
Esa es más o menos la cantidad de días que hace que nos vinimos a Almería.
Me gusta Almería. Lo descubrí el año pasado. Jamás pensé que llegaría a gustarme pero ocurrió como ocurren estas cosas. Sin aviso. Sin explicación. Sin que nadie pudiera preverlo. Así sin más.
La casa es grande. De paredes blancas y desnudas. Los muebles también carecen de abalorios y cachivaches. No hay cortinas, las bombillas cuelgan de sus cables. Algunas habitaciones siguen vacías. Tan vacías que las voces retumban entre sus paredes. Podría parecer que la casa está a la espera.
A mí me gusta como está ahora. No siento que le falte nada.
La casa infunde paz. Es una casa casi sin estrenar. Joven. A la espera de que la llenen de recuerdos. Y de cosas. Y a mí me infunde paz. Tanta que estando aquí apenas si tengo ganas de volver a ninguna otra parte.
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