miércoles, 1 de mayo de 2013

Trabajando...



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Algo insólito ocurrió entonces que sobrevoló todos los demás pensamientos. El coche, aquel coche que había pasado a aquellas horas intempestivas, podía seguir oyéndolo y a pesar de querer obligar a su oído a oír lo contrario, la realidad es que el ruido del motor no se alejaba y parecía en marcha pero parado en un lugar cercano. Y entonces ya no hubo tiempo para nada. 


Se levantó de la cama de un salto, se calzó las zapatillas que tenía debajo de ella, y cogió el móvil encima de la mesita y la bata a los pies de la cama. Corrió hasta la puerta de entrada. Mientras abría la puerta y arrancaba la llave de la cerradura, desactivó el cuadro de la luz cuya caja se encontraba detrás de la puerta. Cerró la puerta detrás de ella. 


En la penumbra, echó a correr hacia la masa oscura de los naranjos que lindaba con su terraza empedrada y su pequeño huerto de hortalizas. A partir de ahí, cientos de bancales de árboles frutales y de olivos se superponían los unos a los otros, lacerados por acequias, sin que nadie pudiera delimitarlos más que sus amos. 

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