Porque llevo años pensando en hacer ese viaje.
Islandia es una isla diminuta perdida en el final del mundo. Pero no es una de esas islas paradisiacas de los mares del sur rebosantes de cocoteros y de lujuriante selva virgen color esmeralda. Fue elegida y condenada entre todas las islas y se halla plantada en mitad de un enorme y aterrador océano de hielo que la disuadió pronto de cualquier escapatoria.
El frío, la lejanía, la oscuridad de sus días y los volcanes que plagaban su superficie la convirtieron en una tierra lúgubre y maldita, y durante muchos siglos permaneció sola, inexorablemente.
Hasta que unos pocos hombres del norte decidieron asentarse en ella.
¿Quién querría irse a vivir al lugar más inhóspito del mundo y por qué?
A lo largo de un tiempo infinito, aquellos hombres procedentes del norte aguantaron epidemias de peste, guerras despiadadas, erupciones volcánicas y hambrunas terribles sin decidirse nunca a escapar, huir para siempre de aquel infierno en la tierra.
Cuentan por ahí que su aislamiento del resto del mundo los transformó en un pueblo duro, singular, misterioso y diferente a cualquier otro; que ese aislamiento les proporcionó una capacidad para imaginar y crear mundos irreales y cautivadores capaces de hacer que el alma lo sobrevolara sin sucumbir al infierno. Se convirtieron en una raza de contadores de historias. Es verdad. Dicen que nadie es capaz de contar historias como ellos y que dedican gran parte de su tiempo a devorar esas mismas historias.
Lejos como están del resto del mundo, qué puede importarles lo que los demás digan o piensen. No han dependido nunca de nadie más que de ellos mismos.
Son muchas e increíbles las historias que me han contado desde siempre acerca de aquel lugar así que deseo ir. Algún día. Si Dios quiere.
Bon week-end!
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