Hace nueve años, volvía a estas horas de un entierro. Un entierro de esos a los que nadie quiere asistir. La misa tuvo lugar en el Llano de los Olleres o en Las Pocicas, realmente no lo recuerdo ni creo que eso sea relevante. Por la mañana, llegando al instituto de Cantoria, vi la masa de alumnos y de profes apostados en la puerta, y parecía como si nadie se atreviera a entrar. Creo que a esas horas ya decían algo por la radio. Pero no puedo asegurarlo. Sé que la escena me resultó extraña, anómala. Mi cabeza no lograba hallar un motivo, era tan surrealista. Como todo lo que sucedió aquel día. Desde el principio hasta el final fue un día raro, extraño, fuera de este mundo, un día negro, oscuro, marcado por la miseria y la pena, un día que podría no haber existido nunca porque nada bueno ocurrió aquel día.
La tarde de antes una furgoneta había atropellado al chico, montado en su moto, le había literalmente pasado por encima y había muerto en el acto. Creo recordar que tenía 15 ó 16 años. Si la muerte de por sí es monstruosa, a esa edad es injusta e intolerable. Todavía puedo sentir la rabia por dentro al recordarlo. Esa misma mañana fuimos a la velica. Ver a una madre destrozada por la pérdida de un hijo es probablemente de las escenas más terribles a las que se puede asistir nunca.
En aquel entonces, no había tanto internet, pero creo que la gente alrededor hablaba y mucho de lo que estaba sucediendo en Madrid. Y cuando volví a casa, me encontré a mi marido viendo los informativos y seguramente me lo contaría todo pero no sé, no parecía importarme mucho en este rincón del mundo, como si el cuerpo sólo admitiera una desgracia a la vez.
El 11M fue para mí el día que lo enterraron y ya está. Y en mi cabeza nada de lo que sucedió el 11M en Madrid pasó de verdad. Puede sonar idiota decir algo así, podréis poner el grito en el cielo pero la muerte de mi alumno me impidió sentir nada más.
Lo único que recuerdo de aquello es la imagen de un padre de la edad del mío al que pillaron en mitad de camino corriendo, desesperado, hacia la estación en busca de su hijo que no cogía el móvil. Siempre me quedará la duda de si logró encontrarlo y nueve años después, todavía hay días en que me lo pregunto.
Dios quiera que toda esa gente descanse ya en paz.
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