domingo, 3 de febrero de 2013

Evocaciones de una copa de vino


 Algunos deseos se fraguan sin que la mente tenga un recuerdo consciente del momento en el que surgen; a lo largo de las horas el deseo incipiente va penetrando lentamente uno a uno sus recovecos, los colma con la promesa de un placer conocido, la azuza con su evocación y la irresistible tentación de volver a experimentarlo.


Acaba el día, y sentada a la mesa, levanto mi copa, el vino sólo cubre una cuarta parte, pero aun así es tan espeso y oscuro que apenas veo al trasluz; la acerco a los labios, su olor invade mis narinas, saboreo ese primer sorbo fuerte, ácido y dulce, dulce y amargo, que se pega a toda la boca por dentro y recorre mi garganta, se derrama por ella dejando tras de sí un reguero de reconfortante calor.


Hay vinos recios, viriles, de mucho cuerpo y sabor intenso a madera de barril y a sándalo, esos me imponen, me cohiben e intimidan,  y luego están los jóvenes caldos con un acidulado sabor a fruta roja, esos son mis preferidos. Pero en realidad eso no importa.

Sorbo a sorbo, el vino ralentiza el tiempo, es tiempo de confidencias, las palabras se vuelven íntimas, se embriagan, se hacen risueñas, sí, se ríen, el tiempo se ha parado del todo hace rato y con él el mundo en la levedad de la copa.

Estás satisfecho pero rendido, te encuentras por fin fuera del mundo y a salvo, y este instante es sólo tuyo. Y por ello siento ahora mismo la irresistible tentación de una copa de vino.


;P Buenas noches!!!

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