Llamada a las 14:05 a mi marido desde el manos libres del coche. "Come tú que llegaré tarde. Acabo de salir de Macael y es que-" "Vale muy bien. ¿Qué-". Corto la llamada. Es obvio que ya no me oye. Tiene reunión a las 5 y quería almorzar pronto para ir al gimnasio. Menos mal que no tengo que recoger a la pequeña que está en casa de sus abuelos. Y estoy cabreada. Y no porque haya salido un cuarto de hora tarde. Lo que me cabrea es el motivo. Cómo se puede ser tan ***** como para darle un golpe a un cristal hasta romperlo. Qué golpe tienes que darle a un cristal para hacerlo añicos. Cómo se puede tener 14 años y no saber que el cristal se rompe. Yo estaba sentada en la mesa del profesor esperando a que llegara Ana que a su vez estaría esperando a que llegara el profesor de relevo. Me faltaba una nota por poner, si no, con total seguridad, habría estado en el pasillo esperando en lugar de sentada a la mesa del profesor. Y puede que entonces no se hubiese producido el incidente. Y por qué tengo que justificarme si no he tenido la culpa de nada. Por qué me tengo que sentir culpable porque un imbécil haya decidido hacer una imbecilidad. Porque ya son dos cristales este año que se rompen estando yo cerca. Y porque nunca me había pasado antes. Será porque estoy perdiendo fuelle. Al gritarles en el pasillo al corrillo de gilipollas que siempre se forma en estos casos y que han salido corriendo detrás del de la ceja, se me ha vuelto a ir la voz. Ya no logro pegar las voces que pegaba no hace tanto. Me he llevado a los dos críos a jefatura, uno chorreaba sangre por la ceja. Por poco no le salta un ojo. ¿Son conscientes de lo que habría podido pasar? Estoy fuera de mí por dentro más que por fuera. Bonita manera de empezar la semana, joder. Y tengo que rellenar dos partes todavía. Y por las miradas y tono frío en la voz de algunos compañeros veo que voy ganando adeptos. Pero eso, sinceramente aunque no me agrade, me la sopla. Relleno los partes, les hago una fotocopia, los dejo cada uno en su lugar y me voy. Son las 14:00 y hace 15 minutos que se acabó mi "turno".
14:20. Llego a Albox. Hay tráfico para ser lunes y a estas horas. Debe ser la hora en que la gente sale del trabajo para ir a almorzar. Normalmente los lunes llego un cuarto de hora antes. El resto de la semana, es raro que no llegue pasadas las 15:00 e incluso las 15:20. Me meto por el cruce del Mercadona. Hace unos meses que han abierto por fin el desvío detrás de mi casa y es el camino que recorro todas las tardes para llegar a casa. Hay una cola delante del instituto. Los coches pasan despacio. Por la cuesta aparece la cabeza de un guardia civil haciendo gestos con los brazos. Por la barandilla en frente del instituto hay mucha gente asomada. Conforme me voy acercando, veo la ambulancia. Luego el vectra gris metalizado con el parabrisas reventado y metido a la derecha, en la nueva calle que han hecho por arriba de los pisos del desvío. En el suelo una motocicleta destrozada. Cuando estoy a punto de adelantar la ambulancia, el guardia civil me da el alta. Y sin querer, mis ojos se dirigen al suelo y ahí veo manchas rojo oscuro y una bolsita de plástico con algo claro que parece blando y está manchado de sangre, y de pronto me da un poco de mareo. Busco a ver alguna señal de algo y sólo veo a una muchacha de espaldas, es rubia, tiene la tez muy blanca y está abrazada a su madre que parece británica. Otro guardia civil me hace un gesto cabreado de por qué estoy parada. Moviendo los labios le señalo a su compañero. Después de intercambiar unas breves palabras, este me dice por fin que circule. Me pongo en marcha y no me atrevo a mirar por el retrovisor. Quiero llegar a casa y bajarme del coche cuanto antes. Y no quiero pensar por qué, pese a llevar todavía las luces ámbar rotativas puestas, la ambulancia que dejo detrás ya no tiene prisa por salir.
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