lunes, 7 de mayo de 2012

Coqueteos con Erato.

De vez en cuando, escribía poesía. No recuerdo la primera rima. Era muy chica. Pero entonces, aterricé aquí. Y me cuesta mucho, muchísimo en vuestro idioma. Yo crecí con los versos de Victor Hugo, Ronsard, François Villon, Verlaine et Rimbaud y tantos otros. Y por encima de todos ellos, mi querido Baudelaire.

Así que disculpad la lírica, el estilo y el talento y es más que probable que nunca logre escribir un verso en condiciones en la casta lengua castellana de la cual me cuesta entender incluso las reglas de la métrica. Pero hoy me apetecía publicar estos versos míos. Y como este espacio es mío, hago aquí lo que me plazca.




La Faute de l’Abbé Mouret


Debo a Zola la visión
De una muerta.

Para morir eligió
Un jardín de quimeras,
Verde por doquier,
De color de hierba,
Que propagaban la hiedra
Y el musgo en la corteza,

Hierba larga y fresca,
Tan densa como las copas
Allá, en lo más alto,
De la negra arboleda
Que cercaba el espacio.

Alcoba de puerta de hojas,
De paredes de ramas,
De ventanas de cielo,
¿Recordaba él su cama?

Su colchón blando y ardiendo
Ahora mojado y frío
Y con sabor a agua;
Gotas de hiel y rocío
Que se iban desvaneciendo
Poco a poco de la almohada.


En el horizonte circular
Que ahora contemplaba
Desde su camastro
Una pradera infinita
Salpicada de flores
Silvestres y bastardas
Como gotas de colores
Que dormirían la noche
Y despertarían al alba.

Era el lugar de los sueños
Una secreta quimera
El que escogió para morir
A la orilla del bosque.
Quiso ahogarse allí,
Sobre un lecho de flores.

Esparció su cabello
Sobre el suave tálamo
De pétalos de terciopelo
y cerrando los ojos se echó.


Se dejó adormecer
Por el dulce aroma
Que se iba corrompiendo
Como se pudrían las rosas.


Pero no opuso resistencia
Al tufo marchito y acerbo
De la putrefacción
Indolente a la asfixia
Ajena al dolor y al miedo.
Y al cabo de unas horas
Aquel veneno pestilente
Acabó con ella.

A Zola le debo
La visión de una muerta.


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