Esta noche no estoy para nadie. Nadie que no sea culé, se entiende. Esta noche paso de Twitter y de Facebook, porque me conozco, y al primer madridista (que no sea mi madre porque a una madre se le perdona todo, incluso las excentricidades) que me toque las narices, por no nombrar otra parte de mi anatomía, lo voy a tener que mandar a mirar para Cuenca y esas cosas hay que hacerlas en frío para que luego no haya arrepentimientos.
Señor, ¿por qué me hiciste futbolera? ¡Soy mujer!, podría haberme tirado una existencia tranquila, sin que nadie me hubiera preguntado nunca el por qué ni el cómo. No habría necesitado demostrarle a nadie lo machote que soy. Ironía. Qué cabreo tengo esta noche.
Me gusta el fútbol desde que mi padre nos llevaba a mi triciclo y a mí a sus entrenamientos de fútbol; mi padre jugaba con el equipo de la fábrica, y era bueno, muy bueno, tan bueno que le partió un brazo a su portero durante el calentamiento antes de un partido. Pero, qué bruto. Jajajaja. Tengo que pedirle mañana que me vuelva a contar esa historia. De hecho, ha seguido jugando hasta hace unos años. Tengo recuerdos lejanos y confusos del césped verde en días soleados, de la pista que corría paralela desde donde lo veía jugar y que estaba bordeada al otro lado por una suave pendiente sembrada por algunos árboles, y la caseta de los vestuarios a lo lejos, recuerdos en blanco y negro de fotos preciosas con mi padre sudoroso vestido con la camiseta del equipo y yo feliz, a su lado, recuerdos de las noches de verano en que me llevaba con él a comernos una merguez y ver jugar al equipo local de Saint Priest. De pequeña era la única de los tres hermanos que compartía su afición. Y no sé muy bien por qué me gustaba el fútbol, si era porque a él le apasiona, pero es así. Luego, en la adolescencia me alejé de mi padre (que es lo que suelen hacer los adolescentes) y por ende, del fútbol.
Hasta el año 92. Aquel año fue increíble. Estaba por fin aquí, en España. Conocí a mi marido. Y... el Barça ganó su primera Copa de Europa, sin olvidar la primera liga en Tenerife. Jajajajaja.
Que conste que no venía predispuesta de Francia para ello y de haberme dicho alguien unos meses antes lo que me iba a ocurrir, me habría descojonado, en serio, pero me enamoré locamente del Barça, creo que incluso antes que de mi marido, también culé, y del juego más bonito que haya visto nunca hacer a nadie. Y aunque vayan cambiando los nombres, las figuras, los presis, no me defrauda nunca, sigue siendo el mismo juego espectacular que me enamoró.
Pero esta noche estoy cabreada. Mi equipo del alma ha perdido, y cuando eso ocurre, me cabreo. Y cuando me cabreo, malo. Iba a escribir un panegírico no, lo contrario, sobre esa cosa que dice que tiene tantas copas franquistas y que tanto asco me da, sobre el tonto que comenta los deportes en el telediario de antena 3 de las 7 y media, etc etc, pero ahora que me he llenado la cabeza con un montón de recuerdos bonitos, estoy logrando olvidar el cabreo de la derrota de esta noche.
Me gusta el fútbol, lo admito, soy una orgullosa culé y en las grandes noches, soy adicta a sentir cómo el corazón me late a cien durante los 90 minutos. Pero cuando pierde, es mejor dejarme un poquito en paz.
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