jueves, 12 de junio de 2014

La Haine

La haine est haine de tous les autres en un seul. 
Ce que je veux atteindre symboliquement en poursuivant la mort de tel autre, 
c'est le principe général de l'existence d'autrui.

Jean-Paul Sarte, "L'être et le néant".



De esa época que se empeñaba en rememorar como el que se toca una llaga dentro de la boca con la punta de la lengua, el que se roe un padrastro hasta llegar a la carne o el que no deja de rascarse una costra hasta que finalmente la sangre acaba jaspeando la piel con su oscuro color carmesí, le venía a la cabeza el recuerdo de aquella criatura bicéfala insólita. Sentada frente a la página en blanco que le reclamaba con hambre pantagruélica monstruos humanos, nunca dejó de preguntarse años después, con la misma perplejidad, por los extraños maridajes que en aquel entonces construyó la inquina. Mientras los demás se tiraban los días haciendo el amor o pensando en cómo lograr el fornicio, el monstruo bicéfalo practicaba el odio como una ramera ninfómana.

Sucedía que en el momento del recuerdo la piel se erizaba. Luego empezaba a notar en la distancia el acelero agitado de los latidos por dentro. El estómago finalmente se cerraba en la boca haciendo que las manos se cruzaran en una postura gestante e hicieran presión sobre la parte alta del vientre para aplacar el pinzamiento. Su cuerpo envenenado no podía olvidar los embates de aquella bestia por más tiempo y distancia que transcurrieran de aquello.

Fue el propio odio quien terminó devorando a la bestia. Seguía preguntándose a través de los años si la bestia bicéfala tomó conciencia de su final en algún momento. Pero nadie pudo hacer nada para salvarla. Al fin y al cabo, la muerte era el único fruto lógico de la absurdez de un sentimiento  abstemio de vida.

Lo que nunca admitiría a pesar del tiempo y de la distancia era que antes de que el virus sinuoso, insidioso e invisible del odio hubiera penetrado tan adentro de aquel cuerpo que ya no se pudo hacer nada, ella notó cómo las risas empezaron a arañarle la piel hasta convertirse en auténticos puñales que le clavaban en la carne y el sol coloreó lentamente de gris su semblante. Pero nada pudo hacer para evitar el destrozo del que su cuerpo era pasto. Y mientras el monstruo bicéfalo se cocinaba en bilis a fuego frío entre aullidos sordos, ella se fue huyendo, saltando como un grillo de flor en flor hasta desaparecer para siempre en la calima.


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