domingo, 13 de abril de 2014

Las cumbres

Hay mañanas en las que voy conduciendo de camino al trabajo y ni la taza de café caliente que me acabo de tomar en la cocina viendo el telediario, ni tampoco ninguna de las canciones que escucho a trozos mientras mi dedo cambia maquinalmente las emisoras son capaces de disipar mis pensamientos más sombríos.
Esas mañanas, siempre me imagino sentada en una Cumbre.

Yo soy una más de los habitantes del valle que mora entre las Cumbres mudas e inmutables, vigilantes de todo lo que aquí abajo yace, omnipresentes en nuestro horizonte circular, Ellas siempre y en todas partes como el elemento que controla nuestras existencias.

Cuando vas en coche la visión de las Cumbres te acompaña durante todo el trayecto. Por más que la carretera gire y se contonee, por más curvas que dibuje el asfalto, a menos que cierres los ojos, es imposible abstraerse de su presencia.

Hay mañanas en las que el sol luce aquí abajo y cuando miro hacia las Cumbres, están siempre envueltas en abundantes capas de densa niebla blanca. Y entonces me pregunto si al otro lado la luz de la mañana atravesará la niebla y si los habitantes de las Cumbres habrán visto alguna vez al sol amanecer.

A veces me he planteado si me importaría vivir sin amaneceres despejados y la verdad es que creo que no. Porque la vida aquí abajo, sabéis, en algunos momentos me molesta su luz, su sol demasiado brillante.

Cuando se me llena la cabeza de pensamientos sombríos, me imagino allí arriba sola, entre la maleza fresca de la mañana, mojada de rocío, sentada en la niebla, con las piernas recogidas entre mis brazos y mi pecho, contemplando la sombra del mundo debajo de mí desde la Cumbre más alta. Serena, feliz, en paz.

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