viernes, 28 de marzo de 2014

Entre conciencias

- No sé a qué esperas
- ¿Para qué?
- Para acabar con él
- Que te gusta a ti exagerar
- Me encanta pero sabes que en este caso es lo que necesitas
- ¿De verdad crees que es lo que necesito?
- ¿Acabar con él? Pues claro
- ¿En serio?
- A lo mejor se te ha olvidado lo que ha hecho
- Por desgracia no
- Te ha dado motivos
- De sobra
- No se ha detenido ante nada
- Ante nada
- Pues entonces hazlo
- ¿El qué?
- Mátalo
- No puedo
- Piensa en todo lo que se ha llevado por delante
- No dejo de hacerlo
- ¿Entonces?
- Entonces ¿qué?
- Mátalo
- No puedo
- Matar es fácil
- No te creas
- Es fácil, te lo digo yo
- Es sucio y engorroso
- Hay formas
- Me da que va en contra de mis principios
- ¿Mis formas?
- ¡Matar!
- ¿Sabes que si él tuviera la opción de acabar contigo-
- No dudo ni un segundo de que no dudaría en hacerlo
- Entonces incluso podrías alegar legítima defensa
- ¡Pero si lo estamos tramando!
- Mira que eres tonta Antonia
- Es que tienes unas cosas
- Mátalo. No me seas cobarde y mátalo
- ¿Desde cuándo matar es cuestión de valentía?
- Los cobardes agachan la cabeza y miran hacia otro lado, los fuertes te la hacen pagar
- Matar está mal, lo dice el quinto mandamiento
- ¿Y lo que ha hecho él estaba en algún mandamiento?
- No son tan específicos
- ¿Así que lo legitimas? ¿Lo perdonas?
- De ninguna manera
- Pues es lo que parece
- Las apariencias engañan a veces
- Me sacas de quicio. Mátalo y te quedarás en la gloria
- Es lo que me gustaría pero no creo en los atajos
- Matar es una solución radical
- Drástica
- Definitiva
- Dramática
- Me quedo sin adjetivos
- Hablas con tanta ligereza, matar no es un asunto baladí
- Al parecer lo que te ha hecho sí lo es
- No para mí
- ¿Entonces?
- Entonces ¿qué?
- Mátalo. No volverá a molestarte nunca, estarás tranquila para siempre
- Aunque es lo que más deseo, ¿no entiendes que no puedo hacerlo?
- Pero ¿qué te lo impide? ¿Por qué no puedes hacerlo?
- Porque ya está muerto.





jueves, 27 de marzo de 2014

Y de repente se hizo de día

Y tras la noche más oscura y confusa amaneció el día, y era claro y rotundo. 

Abrió los ojos de una autómata. Se levantó y se dirigió a la ventana. Ninguna mancha que despejar por ningún rincón del horizonte. La luz cálida ya escampaba a las estériles sombras. Se dibujó en la cara una sonrisa amplia de victoria y la mirada se le hizo azote.

Estaba agotada. Una vez más acababa de luchar con la noche que acababa de morir sin lograr vencerla. Pero ahora empezaba de nuevo el reino del día.

Se vistió. Cubrió con meticulosidad y delicadeza las cicatrices de su pecho con un paño de oro y por encima del paño se colocó el peto de cuero.

Unas horas antes de que se abrieran los albores del nuevo día, a la hora de su cita con la noche, esta la había montado para arrancarle los párpados y comerle la oreja con la misma esperanza de siempre hecha de caricias, de jadeos y de falsas promesas.

Y ella como una autómata había permanecido quieta en la cama, aguantando las embestidas de la noche sobre las costuras de su cuerpo.

Pero ahora se había hecho el reino de la luz de nuevo. Y todavía le quedaban doce horas por delante antes de la noche.


domingo, 23 de marzo de 2014

La charlatana de humo

Apuestos caballeros y gentiles damas, 
Acercaos acercaos a esta humilde lacaya, 
No temáis perder unos minutos de vuestro tiempo, 
Pues esta servidora os quiere contar un cuento. 


Érase una vez una niña a la que de muy pequeña enseñaron a leer. Primero le enseñaron las letras y luego le enseñaron que la combinación de varias letras formaba sílabas y que a su vez estas sílabas formaban palabras. Después le enseñaron a juntar palabras y a formar con ellas frases y las frases juntadas dieron paso a pequeñas historias, y las historias se unieron entre sí y se transformaron en cuentos y los cuentos en novelas y aquella metamorfosis le produjo tal asombro y fascinación que primero pidió que le leyeran a todas horas, hasta que ante la imposibilidad de que nadie saciara su ansia, se puso a leer ella sola, y en lugar de salir a la calle a jugar con los demás niños, se quedaba en casa a leer, en cuanto tenía un rato leía, estaba siempre leyendo, leía constantemente. Y leyó y leyó, leyó durante mucho tiempo, en realidad durante años hasta que llegó un día en que se dijo que lo había leído todo y dejó de leer.

Aquel también fue el día en que decidió que quería escribir. Cogió un lápiz, una goma, un sacapuntas y se puso a garrapatear en una hoja de papel. Y después cogió otra hoja, y también la llenó de escarabajos, y luego cogió otra y otra y otra, borroneó cientos de hojas de papel, miles de hojas, cuadernos enteros de hojas en blanco emborronadas de guiones, de tramas, de relatos, de descripciones, de esquemas y de personajes, decenas, cientos, tal vez miles de personajes. Garrapateó hojas y cuadernos durante años hasta que un buen día se dio cuenta de que le era imposible escribir una de aquellas novelas que había leído y dejó de escribir.

Aquella fue una época gris de su existencia pues su incapacidad por escribir le produjo una enorme desazón y también le dejó un gran vacío que intentaba rellenar con lo primero que surgía en cada momento. Sin embargo, al cabo de un tiempo, aunque le resultaba imposible escribir, se dio cuenta de que borronear hojas en blanco con sus palabras y con sus frases era lo único que quería hacer. Así que decidió que seguiría cubriendo hojas en blanco de garabatos y en lugar de crear una novela contaría su propia historia. Cogió de nuevo un lápiz, una goma, un sacapuntas y una hoja en blanco y se puso a escribir sobre ella misma y sobre las cosas que le pasaban.

Y contrariamente a lo que le había pasado antes, le empezó a gustar lo que escribía y con aquel nuevo entusiasmo se creció y tal y como lo había leído hacer en aquellas novelas, se atrevió a modificar sus historias, sus tramas y sus personajes, y tal y como lo había practicado en aquellas hojas de papel, empezó a llenar sus historias de asíndeton y de políptoton, de metáforas y de alegorías. Y se dio cuenta de que era tan hábil haciéndolo que lograba que sus historias cobraran a primera vista forma de cuentos.

Y entonces siguió creciéndose y pensó que tal vez a la gente le gustaría escuchar sus historias. Y se puso a contarlas a la gente y por el desconcierto, las carcajadas y las sonrisas que provocaban, supo que a la gente le gustaban sus historias.

Ahora bien, si alguien hubiera tenido la idea de escuchar una de sus historias dos veces seguidas o de prestar atención a lo que contaba para repasar sus formas y detenerse en la esencia de sus palabras, se habría dado cuenta en seguida de que detrás del desconcierto, de las carcajadas y de la sonrisa, de los malabarismos y de las contorsiones imposibles con las que manejaba a placer las palabras, no había absolutamente nada, nada más que el vacío de su arte, un arte menor tan efímero y superficial como el efecto que provocaba en la asistencia.

Pues sólo el poeta puede crear poesía, sólo el escritor puede escribir. 

Lo suyo era humo, simple humo, un humo que manejaba con destreza y ella una simple charlatana de feria, una charlatana que un día soñó que sabía escribir.




sábado, 22 de marzo de 2014

Limbo

El ruido que hace un cuerpo que se desploma en el silencio de la madrugada es espeluznante. Y así fue como empezó la semana.

Y sin embargo, eso no fue nada.

"BI-RADS 3. Probablemente benigno".
¿Qué cojones significa probablemente benigno?

Significa pasarte dos días en el limbo que separa lo benigno de lo maligno, tu rutina de la rutina de un súper héroe. Y me he dado cuenta de que yo de súper héroe no tengo nada.
Significa tirarte dos días viviendo tu vida de prestado.

Y de pronto, con un simple chasquido de dedos, como si fuéramos títeres colgados de un hilo, estábamos bien de nuevo, inmunes, invulnerables.


Y yo ahora sólo quiero olvidar cuanto antes todo lo de esta semana.







lunes, 17 de marzo de 2014

Miss Marple y el muso

Me resulta mucho más fácil matar que amar. 
 
Es un hecho.
 
Lo intuía desde que me di cuenta de que lo que más me seducía a la hora de enfrentarme a la página en blanco eran las muertes truculentas. 
 
 
Y esta noche ese presentimiento se ha convertido en una certeza que me ha golpeado a la cara en forma de texto escrito desde la autenticidad y que me ha hecho sentir de pronto como una novicia enardecida en plena ovulación.


Leo a todos mis google+ y sus pasiones y amores arrebatadores y sensuales de los que te dejan sin respiración, y yo "a lo más que alcanzo" (creo que esto no está demasiado bien dicho pero es justo lo que quería decir) es a describir "les émois d'une onaniste", algo a medio camino entre la emoción y la conmoción de una onanista hermética del género "mírame pero no me toques que ya me toco yo si eso"-
 
y eso me frustra. 

Decorticar cadáveres por injustos que sean sin embargo me satisface. Bastante. Como les digo a mis alumnos, cuando estéis bajo mucha presión, probad a matar a alguien, a lápiz me refiero, inocuamente, veréis lo relajaditos que os quedáis. Sólo se necesitan un cuerpo y un móvil. A veces incluso ni esto último. 
 
aunque he de confesar que la mayoría de mis muertes son perpetradas por amor. Si en el fondo soy una idealista. Una "romántica".

Matar es más sencillo que describir el "acto" (fíjense en el entrecomillado) y me siento más cómoda en la piel de un asesino que en la de una amante en plena efervescencia. 
 
¿Pudor o frigidez literaria?
 
No lo sé.

Lo cierto es que nunca habría osado adentrarme en un mundo tan difícil como este si mi muso no fuera un cachondo mental. Pero esta me la paga, así que sin más y si me lo permitís, no os entretengo más y voy a recrearme creando una bonita forma de acabar con este-


Buenas noches!!! :))




domingo, 16 de marzo de 2014

El amante imaginado

A solas en su cuarto después del almuerzo, se desvestía a medias, se ponía los cascos, encendía su mp3 y se echaba en la cama. Cerraba los ojos, dejando que la música la llevara hasta el lugar donde él solo cubría todos los demás pensamientos.

En aquel lugar era donde lo buscaba y él parecía estar esperándola. Se acercaba a él lentamente, recreándose en la visión de sus adorados ojos, de su cara, de su pelo, de cada uno de los rasgos que su memoria había hecho suyo meticulosamente. Se acercaba tanto que con levantar un poco la mano, habría sido capaz de rozar sus labios con la yema de los dedos.

Pero no podía tocarlo porque no estaba solo.

El enfoque cambiaba y en primer plano, junto a él, aparecía la otra. Él miraba a la otra con deseo y gesto contenidos pues estaba en su miedo a salirse del margen el no acercarse más de lo que la otra se acercara a él. Él acompasaba los labios a los labios de la otra.

Y a cámara lenta ocurría el beso. Era un beso jugoso, lleno, húmedo, generoso; su boca buscaba, se colmaba, degustaba, comía con paciencia y con gula, mientras sus manos blancas y ágiles recorrían huecos y acariciaban teclas de porcelana.

Acostada en la cama, la visión de su beso untuoso le golpeaba con tal fuerza el vientre que a veces un solo beso bastaba para contornearla y arquearla encima del colchón. 

También hubo días en que el beso le había arrancado tan ferozmente el deseo que la había roto en lágrimas y entonces de golpe se había quitado los cascos, se había vestido deprisa y había salido de allí huyendo de él y de ellos.

Pero la mayoría de las veces, se quedaba al amparo de su cuarto a observar sin prisa.

Era bello tanto como para desearlo. Lo deseaba tanto como para hacerlo bello. Lo desnudaba y miraba cómo lo hacía despacio, con dedicada paciencia. Lo imaginaba como un amante metódico y hambriento. Y cuando estando dentro, se inclinaba para mirar a la otra a los ojos, entonces paraba la imagen un instante imaginando que estaba encima de ella.

A veces se iban juntos.

Al principio del deseo, a solas en su cuarto, ella había intentado besarlo. Se había acercado a él y se había apoyado en sus brazos para alcanzar sus labios de puntillas. Pero cuando él se había dado cuenta de que era ella, la había rechazado con timidez. Entonces con insistencia había querido besarlo de nuevo, pero él era más fuerte que ella y sólo había logrado que le hiciera más daño al empujarla. Avergonzada, ella le había suplicado que la dejara besarlo tan sólo una vez y él se había alejado con indiferencia y repugnancia comedidas. No se atrevió a volver a hacerlo.

Cuando el deseo de él la acuciaba, se refugiaba en su cuarto y elegía a otra.





jueves, 13 de marzo de 2014

Días de penumbra en suspenso

El invierno prácticamente ausente durante todos estos meses ha dado un magnífico golpe de efecto. En fin. Y aquí estoy, envuelta en frío. Dónde acabo yo y dónde empieza la sombra. Agazapada en la oscuridad, no veo la hora en que pueda salir de aquí y que la luz me golpee la cara. Me gusta la primera luz de la mañana cuando calienta, me gusta ir a su encuentro y entonces cierro los ojos y dejo que me bañe entera.

Ya son tres días. Tres días de tedio por no poder hacer nada por culpa de la náusea incontenible que siento hacia casi todo. La opacidad de las palabras, de las miradas y de los gestos.



Huir. Huir habría sido probablemente lo mejor. Pasar de mí. Dejarme ahí tirada en un rincón mascando la penumbra y aprovechar un descuido para salir corriendo blandiendo una enorme sonrisa por montera como si nada ocurriera. Fingir sonrisas. Fingir afectos.
 Pero en lugar de eso, una vez más, me he quedado aquí conmigo a solas a esperar a que escampe o a que se haga de día en mi cabeza.


Dorian Gray

Es tercera hora. He salido un momento del aula en busca de algo. No recuerdo ahora qué pues tenía la certeza de que lo llevaba todo al llegar. 
No voy sola. Me acompaña Ana. La recuerdo andando a mi lado. Va a por algo que se ha dejado en su clase. El móvil. Se ha dejado el móvil que no debería siquiera traer al instituto. No me apetecía jugar al poli malo y la he dejado ir a buscarlo.
En el corto trayecto que separa el edificio donde se encuentra el aula del edificio central, me habla de los últimos exámenes que ha hecho y de lo mal que le están saliendo los parciales. En seguida llegamos a la gran puerta acristalada del edificio central. 
Me adelanto para abrir la puerta y es cuando veo el reflejo en el cristal por el rabillo del ojo. 
Su cabeza grande desproporcionada en comparación con su  cuerpo está tan encorvada que parece que tenga chepa. Su pelo lacio y descolorido cuelga escaso a ambos lados de la joroba. Los rasgos apenas marcados se diluyen en la inmensidad de una cara pepona. Las gafas de pasta empequeñecen unos ojos tan cansados que se han caído por los lados y que abren con dificultad. 
Desvío rápidamente la mirada pero ya es tarde. Sé que ella también me ha visto por el rabillo del ojo. No sólo me ha visto sino que incluso juraría que me ha sonreído y su sonrisa me ha helado la sangre.

martes, 11 de marzo de 2014

No, ¿en serio?

- ¿Y qué te ha dicho el médico?
- Nada. Me ha mandado hacerme una mamografía y hasta que no tenga los resultados, no me ha querido decir nada.
- Pues una mamografía duele muCHÍsimo.

Quien acaba de sentenciarme a un dolor atroz, que yo sé que duele, lo supe desde que vi aquella máquina de tortura medieval en la tele y sólo de pensarlo se me encoge el corazón, pues quien acaba de recalcar con claridad meridiana lo de "muCHÍsimo" a buen seguro no sabe ni cómo me llamo. Lo sé tan bien como que me apostaría el pecho izquierdo. Y ahora mismo me está mirando de reojo con una mirada maligna y media sonrisa muy a lo esmeralda maría alejandra mientras yo, o sea MOI, no doy crédito a lo que estoy oyendo.

- Y le pides que paren, que ya basta, que no aguantas más y entonces le dan un puntito más.

Se me ha encogido todo, si tuviera de eso, los tendría en la garganta, un sudor gélido recorre mi lóbulo parietal, pero por fin atino a decir en un tono disculpable un débil:

- Prefiero no saberlo. Dios mío. ¿Podríais no contármelo?... ¿por favor?
- Oy, hija, pues es lo que hay. Mejor será saber a qué atenerte.

No, ¿en serio? Jadeputa...

 **********************

- ¿Y cuándo va a ser la puesta de bandas?
- Pues será el jueves después de la selectividad porque como este año acabamos el sábado y la puesta tiene que ser en jueves porque como más de un profesor se va a su puebloblablabla
- Pues yo voy a pedirle a fulanico que me ponga la bandablablabla
- Yo quiero que me la ponga menganicoblablabla
- Y yo quiero que me la ponga blablabla
- Yo dudo entre tal y cual blablabla 
- blablabla

¿Holaaa? ¡Estoy aquí! ¿Me he vuelto invisible de pronto? O sea, no. Aun no me han dado los resultados de las pruebas que no me he hecho todavía y puede que por esas fechas aun no esté muerta, al menos no del todo, y aunque ya veo que no soy la profesora que queréis que os ponga la banda, me ha quedado cristalino, cuánta franqueza jo,  ¿podríais al menos tener la deferencia de respetar mi corazoncito y mis sentimientos??? Que los tengo, jo... ¡¿Hola!!??

- Blablabla- 

Uuufff... No, ¿en serio?

**********************

- Ya es la hora, las 17:30 en punto, se acabó la catequesis, ¡nos podemos ir!
- Seño, pues mi amigo Javier Martínez dice que eres muy fea.
- ¿Tu amigo tiene madre? ¿La tiene? ¿Sí? Pues dile que lo que él opine sobre mí, que yo opino lo mismo sobre su madre, ¿se lo vas a decir? ¿sí? ¡Venga, hasta luego!

¿Qué les pasa a todos hoy?

 **********************

- Vamos a leer el catecismo si os parece. El tema 17, ¿verdad?
- Nooo, hermana, es el tema 18. El tema 17 lo hemos dado hoy.
- Ahh, el tema 18. Jesús sólo hizo el bien. Tenemos que marcarnos como objetivo que el niño se entusiasme con Jesús.

Mirada a mis compañeros. ¿Soy la única que se conforma con que los niños no tiren los salones parroquiales a lo Jericó? Bueno, vale, mejor me estoy calladita. Las monjas son como los inspectores, lo mejor es decirles que sí a todo, que luego siempre habrá tiempo de arreglar las cosas. O por lo menos camuflarlas... Nooo, por favor, ¡¡que alguien le diga a la hermana que no es el tema 17, que es el 18!!

- Bueno, pues ahora ¿qué os parece si os leo las actividades del tema?
- ¡Me tengo que ir!

Y gracias a Dios, nadie me ha preguntado. Porque de haberme preguntado el porqué, no es que pfff jo uufff... vale.



Buenas noches!! :))

domingo, 9 de marzo de 2014

Tattoos

Como siempre ha sido decirlo y arrepentirme de haberlo dicho en voz alta.

- Me voy a hacer un tatuaje.
- ¿Dónde te lo vas a hacer?- ¿Cómo quieres que sea?- ¡Te lo hago yo!- ¡No yo!- ¡En el hombro!- ¡En el tobillo!-

Ahí estaban mis dos fieras abalanzándose sobre mí pistolas de tinta imaginarias en mano sin que hubiera tenido tiempo a desperezarme siquiera. Y es que la última noticia que hemos tenido es que ya no quieren ser ni médicas ni maestras ni historiadoras ni arqueólogas. La última noticia que tenemos es que van a abrir un estudio de tatuajes juntas en un futuro no muy lejano. No me di cuenta del alcance de su afición por los tatuajes hasta el otro  día en el mercadona, cuando al cruzarnos con aquel British en manga corta, empezaron las dos a piar al unísono,

- ¡Mami! ¡Mami! ¿Has visto los tatuajes de ese hombre???  ¡Míralos mami mami mami!!!

Mirada flemática e indiferente hacia el British en cuestión para evitar que este creyera que aquellas dos querubines gesticulantes y chillonas tenían algo que ver conmigo. Pero lo cierto es que tenía el brazo absolutamente tatuado.
Dicen que su repentina nueva vocación tiene que ver ligeramente con el hecho de que el otro día nos pusiéramos a ver juntas aquel programa sobre tatuadores californianos. Eso dicen. Pero yo pienso, baaah, ¿¿cómo va a ser eso posible???
El caso es que ahora luzco un maravilloso dibujo en el hombro derecho y otro me ocupa media espalda y espero no tener que quedarme desnuda ante nadie desconocido al menos hasta que consiga que se me vayan. Bueno, espero que ninguna de las tres nos tengamos que quedar desnudas porque como buenas tatuadoras que son están cubiertas de garabatos debajo de la ropa.
Todo sea porque mis niñas nunca nunca nunca me puedan echar en cara que su madre intentó cortarles las alas.

¡¡¡Feliz domingo y leve semana!!!

Sara cabreada

Anoche, antes de dormirme, me visitó mi muso a esas horas en las que no tengo papel ni boli ni una pizca de gana de levantarme de la cama para apuntar las frases que me inspira. Sí. Mi muso es un cachondo que normalmente me deja a medias. Pero esto es más o menos lo que me dijo.



La vida de Sara mantiene un equilibrio imposible
Y el hilo del que pende es tan fino y endeble
Que a la menor ráfaga de aire,
esta acabará desprendiéndose.


Lo último que vi antes de apagar el móvil e irme a la cama fue una foto suya en el instagram. Sara no se llama Sara en realidad, pero a nadie le interesa cómo se llama. En la foto, Sara estaba visiblemente enfadada. La foto la retrataba justo en el momento en el que se volvía hacia el fotógrafo, con la ceja levantada, una sonrisa a medias y esa mirada fría de pasar de todo. Sara ya no es esa niña siempre risueña, ahora tiene días de esos de estar cabreada con todo.

Sara no es una chica espectacular, su físico no llama la atención. Sus progenitores la dejaron tirada en la estacada hace ya tiempo. No entiende de mates, apenas de historia, pero es la biología la que le provoca pesadillas, tiene muy claro que nunca la superará. Y ahora además su chico está a punto de marcharse a otra ciudad, así que puede que lo suyo también tenga los días contados.

Desde que nos conocemos, hay días geniales en que Sara es feliz y se ríe y otros días no tan geniales en que con muy mala cara, se aparta a un rincón en el que cuelga el cartel de no molestar. Y entonces no la molestamos ni yo ni nadie porque Sara tiene sus razones.

viernes, 7 de marzo de 2014

La siesta

Hace un rato, mientras dormías, me he sentado a tu lado. Como solía hacerlo. Tú te dormías y entonces yo me sentaba junto a ti, aguardando a que despertaras. No tenía prisa en que lo hicieras. Aprovechaba para hacer mis mil cosas de siempre. Ya sabes que yo no echo siestas. De hecho, de un tiempo a esta parte, he perdido el sueño y mi cuerpo cansado y renqueante anda de día a duermevela y a veces también de noche. Así que cuando anunciabas que te ibas a echar la siesta en parte me consolaba que al menos uno de los dos lo hiciera.

Me he sentado a tu lado y te he mirado, dormías ajeno a mí. Y sin pedirte permiso, me he acurrucado contra ti. Como solía hacerlo. En aquel entonces, tu regazo me parecía tan confortable, seguro y cálido que tenía la ciega convicción de que nada malo me podía pasar estando ahí.

Mientras tú echabas la siesta, he estado susurrando una y otra vez las palabras que te iba a decir por teléfono. Sonaban tan naturales, casuales, imprevistas e improvisadas como lo puede ser una llamada telefónica cualquiera. Sonríe.

Hace un rato, mientras escribía estas palabras que nunca leerás, desde el velatorio de esa especie de anomalía congénita que fue lo nuestro, he hecho tiempo por no coger el maldito teléfono, calculando cuánto gastaba el segundero en dar una vuelta al reloj y preguntándome por qué tardaba tanto en marcar el momento en el que me tenía que ir porque despertabas.

miércoles, 5 de marzo de 2014

Tribulaciones hipocondriacas

Tribulación... No es una palabra que hubiera elegido personalmente, fundamentalmente porque no me llama la atención, no es lo que se dice bonita, y sin embargo, observo cómo se va instalando poco a poco en mi cotidiano. En fin, de eso va la entrada de hoy. De tribulaciones hipocondriacas,


O del día en que morí (otra vez)


La persona que más se parece a mí genéticamente no es mi hermana, ni mi hermano, ni mi hija, ni mi otra hija, ni ninguno de mis padres, ni tan siquiera mi marido. La persona a la que más me parezco genéticamente es mi tía homónima. 

Cuenta la leyenda que muchos años ha, la joven, que no contaba más de veintitantos años por aquel entonces, aquejada de pronto de múltiples males y harta de tantas vicisitudes, se decidió por fin a convocar a toda la familia y anunciarles la funesta noticia de que sin lugar a dudas se estaba muriendo. Tan súbito fue el golpe infligido en aquel momento a su pobre madre y a sus hermanos que cuentan que los vecinos despavoridos al oír los gritos y lamentos se fueron acercando apesadumbrados a la casa familiar para presentar su más sentido pésame. Y nueve meses después, más o menos, nació mi prima. La escena se repitió a posteriori tres veces más.


Yo también he muerto unas cuantas veces así. La más sonada fue probablemente aquella fístula que me salió donde salen las fístulas, o sea en la rabadilla, al caerme por las escaleras del piso en el Beaterio del Santísimo, en Granada. Aquello fue espantoso. Un verdadero dramón familiar lié yo por la fístula. Tanto que conseguí movilizar a mis tíos de Granada que fueron ipso facto a visitar a la moribunda, o sea a mí, y eso que en aquel entonces no había ni móviles ni pollas (como dicen por allí, perdón).

Y ahora estoy en plena crisis de una de esas pequeñas muertes (que no "la petite mort" à la française, rien à voir hélas!!), porque llevo unos días que me duele el pecho y aunque mis compañeros se han empeñado en que la causa sólo puede ser benigna (agujetas, contractura, tirón, mala postura, la regla, las hormonas, la menopausia, una crecida repentina del pecho, la piscina del otro día, el día de la semana pasada en que me fumé diez cigarros etc etc) yo los escucho con cara compungida de plañidera, dándole vueltas y más vueltas a la misma idea. 

Porque entre vosotros y yo, alguna vez será la definitiva, de eso no cabe duda. Pero claro, de tanto anunciar que me muero un día sí y un día también, pues el día que lo haga de verdad, en el tanatorio eso va a ser un cachondeo... Lo cual en el fondo no me disgusta... Mi marido me ha dicho que ya que me empeño en hacerlo, a ver si puede ser antes de agosto, no por nada personal, sino porque ahora mismo tengo vigentes dos seguros de vida, y en agosto se me cumple uno. De todos modos, lo dice sin ninguna mala intención. Podría haber sido al revés. Le he dicho que voy a ver lo que se puede hacer y que favor por favor, que se busque cuanto antes a otra esposa, que las niñas son pequeñas todavía, que se acostumbrarán pronto a la nueva y así no acusarán mi ausencia, que luego con la edad del pavo se pasa peor, pero él dice que de eso nada. He intentado convencerlo diciéndole que tan mala suerte no va a tener dos veces seguidas y en esas estamos. En fin..



En serio, intento tomármelo con humor pero no os hacéis ni una remota idea de lo complicado e insoportable que se hace a veces esto de ser hipocondriaca. Al menos esta vez estoy aguantándome las ganas de meterme en internet en busca de mis síntomas. Uuuff...



Buenas noches,






martes, 4 de marzo de 2014

Podando

Me han relegado a la cocina. Para no faltar a la verdad, me he relegado yo solita sin que haya habido ni un solo amago por mi parte de hacerme con el mando de la tele. Hoy me he despertado imbuida de espíritu hogareño. Ese es el sentir, y por eso estoy ahora aquí sentada en la cocina, viendo Rebeca, entre vapores de ollas y olores a puchero y a habichuelas estofadas.

Pero mi día ha sido mucho más interesante de lo que pudiera parecer. Me he vestido temprano y me he subido al coche para hacer la plaza. El martes es día de mercado en el pueblo. Habría ido andando pero el viento de estos días hace casi imposible cruzar el puente sin salir volando. No hemos tenido invierno este año, sólo viento. Así que he cogido el coche. Y mira que no me gusta ir en coche al pueblo. Casi tan imposible como cruzar el puente es encontrar un sitio donde aparcar. Pues sí, este es un pueblo sin agua potable y sin aparcamientos. En fin...
Después de muchas vueltas y al borde del colapso emocional por no poder aparcar, de hecho a puntito de desistir, no me puedo creer la suerte que he tenido al conseguir dejarlo justo al borde de la zona amarilla de seguridad frente al cuartel de la Guardia Civil, con una agente de la Benemérita hablándole a su smartphone justo a mi lado. Dios bendiga los smartphones. Porque es que además iba sin el cinturón puesto. De un tiempo a esta parte, no me pongo el cinturón para callejear por el pueblo, llamémoslo "rebelión contra el sistema" o "vivir peligrosamente".
Una vez aparcada, he ido a sacar dinero por iniciativa propia y a la vuelta me he parado en un puesto que ocupaba el puesto del hombre mayor al que le compro los pocos martes en que me puedo acercar a la plaza y que hoy no estaba. No es comparable a Tomás pero este señor mayor tiene la inmensa virtud de hablarles de usted a sus clientas y eso es algo que me hace gracia. Este tendero era igual de calvo que mi señor educado pero algo más joven. Y un poco chulillo. No me gusta la gente chula pero me he percatado un poco tarde para irme. Le he pedido consejo acerca de las mejores peras y me ha dicho que me tenía que fiar de él sí o sí. ¿A qué ha venido eso? No tenía pimientos morrones. Un hombre se los ha llevado todos a primera hora. Le he dado vueltas a la cabeza intentando imaginar qué clase de persona desabastece un puesto y tal vez todo el mercado de pimientos morrones y con qué intención. Pero he pensado que eso era pensar demasiado. Le he dicho que quería una caja de fresones pero que fueran españoles, no los de la caja esa que pone "Países Bajos", y no me lo puedo creer, se ha reído de mí, alegando que lo de "Países Bajos" era sólo la marca. De hecho se ha puesto un poco pesado enseñándome donde ponía que eran de Huelva, y finalmente ha añadido que además los Países Bajos no son un país sino varios. Me he callado oportunamente y he agachado la cabeza. No ha lugar, he pensado. Y tanta gracia le ha hecho mi humilde incultura que sin pedírselo, se ha ofrecido a llevarme la mitad de la compra hasta el coche.
Luego he ido a mi carnicero. Menos mal que estaba él y no su mujer. Aunque reitero que lo nuestro es puramente platónico. Se ha disculpado por metérmela toda en una sola bolsa. La carne me refiero. Le he dicho con una sonrisa complaciente que no pasaba nada, que tenía el coche cerca.
Al salir, he comprado una barra de pan enfrente, y me he traído un bollo para probar a hacer la porra de ayer. Después del desayuno en familia, me he puesto a preparar el cocido, y las habichuelas estofadas para la noche. Y ahora estoy aquí sentada en la cocina viendo Rebeca.

Lo cierto es que he quedado un poco tocada al leer algunas entradas de los blogs que sigo. Parecen haber sufrido todos una implosión de sensualidad con la llegada de la primavera, tríos, intercambios de pareja, amores con "p" de pasión desbocada, y yo mientras aquí preparando sopa de cocido y friendo la cebolla y los ajos de las habichuelas.

En fin, menos mal que está Rebeca en la tele para olvidar mis preocupaciones. Todo un lujo para el mediodía de un martes. Hay días en que envidio la vida de las amas de casa que pueden disfrutar de Rebeca sentadas tranquilamente en sus cocinas.

Max acaba de darle un puñetazo a Favell. Uy, pero qué falta de gallardía en el golpe.  Me sorprende la cabriola que ha hecho el tal Favell al caerse.

He apartado las habichuelas y ahora la sopa se está cociendo a fuego lento. Tengo un ojo puesto en la pantalla de la tele y por fin me he podido sentar un ratito a podar mis entradas de ayer. Soy incapaz de dejar una entrada tal y como la he publicado en primera instancia si no me satisface el posicionamiento y la sonoridad de cada uno de sus elementos. De hecho, y si tuviera tiempo, me pasaría el día entero cocinando entradas nuevas y podando las antiguas.

Y es que hoy me he levantado así. Qué le vamos a hacer.

lunes, 3 de marzo de 2014

La estación de trenes

Es una estación de trenes chica, tan chica que de lo chica que es podría pasar perfectamente por insignificante. Sólo consta de un edificio que apenas logra tapar el andén desde la carretera. Su fachada que fue una vez antigua ha quedado renovada a golpe de brocha encalada y de tan blanca que ha quedado ofrece el aspecto aséptico de una enfermería. Se halla perdida en medio de una carretera que bordea los campos de hierba verde.

Durante el tiempo que estuvimos en la ciudad el año pasado, no pasamos por allí ni una vez. No hubo tampoco motivo. Pero ayer, íbamos a unas pequeñas urgencias y al verla, me acordé de inmediato.

¿Por qué no había caído antes de que estaba allí? ¿Por qué no la recordé? Mi memoria no encontraría motivo para hacerlo.

Hubo una vez unas tardes de viernes en las que estuve en ese andén que no se ve desde la carretera, esperando un tren. Hacía trasbordo en aquel pueblo que me sonaba mucho pero del que materialmente sólo conocía aquel andén. Era el punto de inflexión entre el tren que acababa de alejarme del apartamento donde vivía sola y desde el que oía las campanas de la Plaza de las Campanas y el que me llevaba lejos. Durante un año, aquella estación sólo fue un lugar de paso cuyo suelo me quemaba y moría con impaciencia por dejar para subirme corriendo a un tren que me llevaba a donde quería estar.
Los pocos viajes de regreso que hice en tren no pararon nunca allí. Así que nunca fue una estación donde fumarme la agonía de tener que volver al apartamento desde el que oía las campanas de la Plaza de las Campanas. Durante un año sólo fue una estación de ida. Sólo un andén de huida.

Ayer nos detuvimos unos minutos ante la estación a mi requerimiento.  Y me di cuenta de que nunca antes había estado a este otro lado. Y me pregunto si de alguna manera aquella que esperaba hace años su tren habrá notado mi presencia.

De puente

Cómo era aquello de viajar... Viajar es morir un poco... 

??? 

No, no puede ser así, no tiene sentido. 

Yo y mi proverbial tendencia a tergiversarlo todo. Yo y mi tendencia absoluta a tergiversar proverbios.

Viajar no es morir. Viajar es cambiar. Cuando sales de casa, ligero de equipaje, con sólo lo imprescindible, hay que soltar lastre antes del viaje, debes de tener muy claro que vas a cambiar ineludiblemente durante su curso. Nunca se vuelve igual de un viaje, para bien o para mal.

Creo que es por los procesos de ensanchamiento y de expansión que sufre el cuerpo al salir de su concha que hace que sea imposible que vuelva a ocupar el mismo lugar que dejó al salir. ¿En serio? Sonríe. Ahí tienes una oreja y ahí la otra. 

El viaje ha llegado a su fin. Y en esta ocasión ha sido un viaje abrupto. Con la ciudad recibiéndonos de nuevo, un año después, con hostilidad climatológica. Amores reñidos. Una lluvia incesante y un aire loco de los de aquí que nos han estado tocando los violines en un aria continua al desánimo y a la melancolía.

Cuando uno sale de viaje, no sabe muy bien cuánto tiempo va a tardar en volver. Yo por ejemplo no he vuelto del todo. Mi cabeza sigue allí y ahora, y por la ventana del hotel, puedo ver el aparcamiento y la carpa blanca. Fuera llueve.