lunes, 17 de febrero de 2014

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- Me gustaría pedirte un favor.

Te pido que la próxima vez que me mandes un mensaje, no me digas que acabas de salir de la ducha, con esa indolencia tuya tan inocente. Como si no hubieras roto un plato en tu vida. Esa clase de indolencia que sin querer, quiere, pero en el fondo no quiere y hiere y mata sin yo provocarla.

Como si no supieras que en cuanto he leído tus palabras, estaba junto a ti, frente al espejo, tan cerca de ti que no me explico cómo no te has estremecido cuando te he echado mi cálido aliento sobre tu espalda desnuda.

Como si no supieras que mientras me tecleabas con indiferencia tu mensaje, estaba ahí, observando cómo aquella gota se desprendía de tu pelo encrespado y todavía mojado y resbalaba despacio hasta quedar suspendida en la corva que forma tu cuello con tu hombro, a tan sólo unos milímetros de mis labios sedientos de tu piel.

Estaba a tu lado, observando tu cuerpo desnudo a través del espejo, aguantando a duras penas mi resuello al tenerte tan cerca, mientras tú te contemplabas sin darte cuenta, te tocabas y te secabas con la toalla, ajeno indiferente a la voracidad de mi mirada.


- Acabo de salir de la ducha. Dime qué era tan urgente.              
- Nada... No lo recuerdo.

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