lunes, 7 de octubre de 2013

Quiero mi extra.

Los quince primeros días de septiembre son esos días en que los docentes, 

- bueno, la mayoría de nosotros, excluyo del pack a esos no sabría muy bien cómo llamarlos que dan sus clases de refuerzo poniendo a los niños delante de un ordenador a que se metan en el tuenti y en páginas porno mientras wasapean sentaditos en sus escritorios, que los hay, por desgracia, y como en todo; no, a esos no me refiero, me refiero a los docentes de verdad-

pues esos primeros quince días de septiembre en que nuestra tarea es meramente burocrática 

- papeles, papeles y más papeles. Sí. Existe la convicción entre los no-docentes que participan del proceso educativo de este país y que desgraciadamente por aquello mal llamado democracia son los que maquinan nuestras leyes educativas cuando no han puesto ni pondrán en toda su puta vida un pie en un aula, de ahí la idea que tendrán las criaturas, que el fracaso de nuestro sistema educativo actual se resuelve a base de enterrar a los profes bajo toneladas de formularios, actas, informes, memorias, programaciones etc etc. Previeron que Apple convertiría al ser humano en gilipollas pero fallaron al pronosticar que acabaría con los burócratas que junto con las cucarachas son la única especie que sobrevivirá al armagedón -

 probamos lo que sería tener un trabajo administrativo normal, sentaditos detrás de una pantalla, charlando con los colegas, con un horario bastante más relajado que el que está sujeto a un reloj, sin gritos, sin malas palabras etc etc. No imagináis lo relajantes que son para mí esos quince días. 

Y entonces llega el día D. Ruido, mucho ruido. Cientos de niños hablando, chillando, gritando. El timbre. Escasos minutos, incluso segundos para meterse en el aula. Calma. Conseguir la calma dentro del aula en el menor tiempo posible. Exabruptos. Distinguirlos. Evitarlos. Ignorarlos. Corregirlos. Controlar un aula con treinta y tantos alumnos. Que atiendan. Que escuchen. Que copien. Que entiendan. Que lo que les estás contando esté repleto de ética, de moral, de buenos conceptos, y absolutamente transparente, que no preste a confusión. Corregir sin herir. Respeto por respeto. Dejarlo claro en todo momento. Y además, que les guste lo que les cuentas. Que sientan interés. Que ese interés no decaiga ni un segundo, que sientan entusiasmo pero controlando a la vez cualquier disrupción. Una hora. Toca el timbre. Escasos minutos cuando no segundos para llegar a la siguiente clase. Otros niños, diferentes, cada uno con su forma de ser, su capacidad y sus necesidades. Sin olvidar nunca la demanda incesante de papeles por parte de los burócratas que quisieran que interrumpiéramos nuestra labor docente para rellenar sus formularios, ahí mismo, en el aula. 


Es un trabajo difícil, absolutamente vocacional y quién no lo sienta así es mejor que se busque la vida en otro lado. Quien critique nuestra labor es simplemente un ignorante. Y además, que no me tengo que justificar. Que efectúo mi trabajo y como tal quiero que se me pague y punto.


Para que venga ahora una payasa, una don nadie que no ha dado en toda su puta vida un palo al agua, que lo único a lo que se ha dedicado ha sido a chupar culos y a poner zancadillas hasta llegar adonde está, con su equipo de gobierno chorizo, corrupto, que han chupado de la teta del ciudadano honrado lo que han podido y más, que han estado costeando las orgías de los sindicatos con el dinero de aquellos a los que debían defender y me siga robando mi dinero. 


Escoria, que es lo que sois. Basura. Y chorizos de mierda añado. El día que se monten de verdad barricadas, seréis los primeros en caer.

¡Buenos días!


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