domingo, 9 de junio de 2013

El Ulises de James Joyce

Pues sí. En estos días de absoluto desquicio meteorológico, propio y ajeno, he decidido por fin hablar del Ulises de James Joyce. 

¿El por qué? Et pourquoi pas? ¿Hay algún motivo especial por el cual hoy domingo 9 de junio no pueda escribir sobre James Joyce? Estoy muy tranquila y a decir verdad, he deseado hacerlo desde antes incluso de crear este blog. Y ya puestos a cargarnos para siempre cualquier posibilidad de ser admitida en el panteón de los críticos literarios, más vale que sea antes que después. Siempre me pareció de una crueldad supina prolongar la agonía.


El incidente que relataré a continuación ocurrió hará algo menos de unas veinte primaveras, esa época dorada para mí en la cual mi capacidad intelectual alcanzó su pináculo. 


(Excursus: ¿soy la única que no logra tomarse en serio las palabras acabadas en -culo?)


En aquel entonces, pasaba los veranos en casa de mi abuela Isabel donde nos congregábamos todos en torno a la matriarca. Me pasaba el verano leyendo los libros que acumulaba mi tío Juanjo en el mueble del salón y en su cuarto. Mi tío Juanjo siempre ha sido una persona muy leída. En sus colecciones fue donde descubrí las Mil y Una Noches, a Borges, a Delibes o la Metamorfosis, entre tantos otros.

Y ahí fue también donde emprendí la lectura del libro que nos ocupa hoy.

El Ulises de James Joyce.

Menuda mierda.

En todos los años de vida que tengo es el único cuento, relato y/o ficción que me ha sido imposible comprender. Leí el primer capítulo y de aquella lectura se me quedó cara perpleja por no saber en absoluto lo que acababa de leer. ¿Era algo acerca de unos monjes encima de una colina?

Pero no desistí en el empeño. Era joven, era lista, y no existía aún internet.

Me sumergí de nuevo en su lectura pero no salía de mi confusión así que me puse a buscar entre sus páginas algo que pudiera entender y tropecé con un riñón con sabor a pis que uno de los personajes estaba asando para desayunar pues a este aparentemente le gustaba el sabor a pis. Fue probablemente lo único que llegué a entender en todo el libro y de hecho aún lo recuerdo.

Nadie puede imaginar la enorme frustración que supone ponerte a leer un libro y tener que dejarlo, no porque no te guste el argumento o te aburra sino porque eres físicamente incapaz de entender el mensaje cifrado detrás de unas palabras de las que sin embargo conoces el significado.

El mérito que debo no obstante atribuirle al Ulises de James Joyce es que me descubrió lo que es un crítico y que da igual lo que los demás se empeñen en hacerte creer, al final de todo estás tú y tu criterio, aunque contradiga a todos los demás.


Algún día, al final de todo, emprenderé su lectura, volveré a enfrentarme a él aunque sólo sea para comprobar que siempre tuve razón.


Feliz domingo!!! Ya falta menos!!!




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