lunes, 8 de octubre de 2012

la magnitud de la tragedia

No hay documentos ni relatos ni fotos ni vídeos ni palabras que puedan sustituir jamás la experiencia vital del que se encuentra inmerso en la tragedia.


La madrugada del jueves al viernes estuvo lloviendo intensamente con intermitencias.


El viernes al levantarnos, comprobamos que las goteras estaban aguantando bien por el momento pero decidimos que si la lluvia seguía con aquella intensidad, las niñas no irían al cole. No suele llover con frecuencia por la zona, pero cuando lo hace con fuerza, no hay lugar que ofrezca la seguridad de que no ocurrirá nada. Es palpable en cuanto sales a la calle y te das cuenta de que ninguna desagua con normalidad, de que las calzadas se convierten en enormes charcas en cuestión de minutos, de cómo el agua sale a borbotones por algunas alcantarillas.


He vivido en climas lluviosos como en Lyon o en Irlanda donde la lluvia aparentaba caer del suelo, e incluso he sentido la lluvia tropical en Cancún donde parecía que alguien nos echaba calderos de agua desde el cielo (lo cual no nos extrañó porque los mejicanos son unos cachondos, sea dicho de paso). En esos lugares, la lluvia forma parte del cotidiano. Pero aquí, cuando la lluvia cae fuerte, no es un elemento que pueda vivirse con normalidad.


Aun no había nacido cuando la gota fría del 73, ni siquiera estaba aquí en las inundaciones del 89, así que no sé cómo se inicia la tragedia. En esta parte del Almanzora, el viernes 28 de septiembre 2012, la tromba de agua que cayó fue considerable sin llegar a ser en ningún momento alarmante.  Hacia la una de la tarde, sí que hubo un repunte, a punto estuvieron de inundarse los bajos y nos asustamos un poco ante el peligro de viajar en coche en esas condiciones, pero finalmente dejó de llover a las 14:30 aproximadamente. Incluso llegó a despejarse y a salir el sol.


Es extraño volver a tu casa para comer, sentirte a salvo y calentita en tu sofá, pensar con alivio que no vas a tener que salir en todo el día, abrir el ordenador y empezar a ver imágenes de lo que ha pasado justo ahí.


El río había salido de punta a punta por Arboleas, cuando apenas había salido la rambla en Albox. Llamé a casa para preguntar cómo estaban todos y me enteré de que mi hermano tenía que venir por la sierra de Macael porque era imposible pasar por Overa donde la rotonda subterránea de acceso estaba anegada por dos metros de agua. Además en Zurgena, se había llevado parte del puente que lleva a los Carasoles y al parecer en Palacés también se había llevado otro.


Y las imágenes se van sucediendo a cual más terrorífica, como las de Antas que no se sabe muy bien cómo logró aguantar el embiste de la riada y donde tuvieron que desalojar las escuelas en cuestión de minutos. En Terreros contaron luego que de pronto el día se hizo noche. En Vera quedaron todas las carreteras de acceso inundadas y las rotondas impracticables mientras seguían circulando los coches a riesgo de quedar envarados. Y finalmente están las imágenes de Vera Playa a la que algunos confundieron con Mojácar y Garrucha. Y la verdad es que tal y como fue arrasada era casi imposible reconocerla. Eso no era Vera Playa, no podía ser Puerto Rey, ni tampoco las Buganvillas, estaba todo irreconocible; la zona cero era un lodazal gigantesco donde se mezclaban los coches, la suciedad, las ramas de árboles caídos y lo que parecían los restos de muchas, muchísimas viviendas.



Dos días después, al volver a pasar por ahí, cuando vi por primera vez el cartelito amarillo que adorna tímidamente la gran señal que me da la bienvenida todas las mañanas, me chocó. Muchísimo. Mi cabeza se puso a dibujar un laberinto rompecabezas para averiguar cómo se llegaba a Vera por Macael.


Y ayer pasamos cerca de la zona cero por la autovía. Desde la autovía no vimos nada. Antes habíamos bajado por la rambla a la salida de la Alfoquia y comprobamos que efectivamente el otro lado del puente se había caído. No parece que vayan a darse prisa en arreglarlo, cosa que por lado no me sorprende, muy al contrario, acostumbrados como estamos aquí a estar abandonados de la mano de Dios. Los ríos y las ramblas vuelven a estar secos si no es por alguna que otra charca. Han señalizado los trozos de carretera que se han venido abajo y aquí y allí yacen olvidadas la grava y la broza arrancadas por la corriente.


Pero aun así, por más que me cuenten o que vea, por más que lamente y compadezca, por más que quiera imaginar, no hay nada que pueda hacerme entender la magnitud de lo que vivieron aquellos que se vieron envueltos en la tragedia.


El pasado viernes 28 de septiembre de 2012, un temporal de lluvias torrenciales provocado por el fenómeno conocido como gota fría azotó el Levante almeriense y la zona de Lorca y se llevó por delante la vida de una decena de personas, destrozó miles de viviendas y provocó cuantiosos destrozos materiales. (DEP)

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