sábado, 28 de abril de 2012

La pupas

Mi Isabel María es un angelito con una sonrisa que colma el cielo.

Pero al nacer, parece que hubo una confusión y el angelito se metamorfoseó en pupas viniendo a parar a nuestra casa.

Desde que aterrizó en su cuna tomó conciencia de su condición de pupas, y debido a su naturaleza prudente, adoptó la costumbre de llorar y de quejarse sólo lo imprescindible, pues no le gusta importunar a nadie con lo que ella considera que son sus tonterías.


Bueno, las noticias relevantes de esta semana han sido que mi Gabriela ha aprendido a "rular" la "r". Durante los minutos que duró el trayecto de vuelta de la piscina, sentada y abrochada en su sillita de cría de 5 años, decidió, tras escuchar atentamente la sugerencia de su padre, que era el momento propicio para articular la "r" de manera vibrante múltiple alveolar sonora,  y como ha ocurrido con todo lo que se ha propuesto hasta ahora, desde que se bajó del coche no ha dejado de recitar correcta y religiosamente "el perrro de San RRoque".  

La otra noticia relevante es que a mi angelito le ha picado una garrapata. Lo normal. ¿A quién no le ha picado alguna vez una garrapata?  

Desde que se subieron en el coche de su abuelo ayer, las echo de menos. Ya no tardarán en llegar.


La típica foto de perfil de pies

exhibicionismo en retroceso

Te agradezco muchísimo, Juan Fran, que hayas entrado en mi blog esta mañana. Y que lo hayas enlazado, propiciando así que los asiduos a tu blog caigan en la tentación de echarle un vistazo a mi... es difícil encontrar un nombre adecuado que defina este rincón.

Pero de pronto me he visto en la tesitura de imaginar e interpretar miradas y alzamientos de cejas en caras que ya conozco y no sé si mi egocentrismo sentimentaloide y yo estamos preparados para dar ese salto/aguantar ese trance.


En fin... Ya veremos...

Good night!







... y batifoler!

Que ambigu (pronunciado a la francesa) haya dado origen al ambigú hostelero vasco (*)

(*) hay algo extraño y siniestro alrededor de este término, pues la propia RAE da pistas falsas sobre su origen; ambigu en francés jamás fue sinónimo de buffet. Yo creo más bien que se origina, como otros galicismos, en la época de Pepe Botella. Búsquese el origen del vocablo malagueño merdellón. 


es tan incomprensible como el hecho de que ningún hispanohablante se haya fijado nunca en la sonoridad de la palabra batifoler.


Sin saber siquiera lo que significa batifoler, el lector adivina que se trata de un verbo bonito y jovial. Un verbo como batifoler jamás podría significar matar, maltratar, apalear o torturar.


No estoy del todo de acuerdo con la traducción de sus diferentes acepciones. "Juguetear" y "retozar" conlleva cada cual implícitas una serie de restricciones cuyos límites y reglas desconoce el jovial batifoler. Cómo si no se pudiera retozar jugueteando, juguetear retozando, o simplemente divertirse sin retozar ni juguetear.


Batifoler suena a folie, a butterflies, a reír, a soñar y a volar. Y de hecho, creo que la gente sería mucho más feliz si batifolara más.


A las antípodas del batifolage está el mierdeo; y curiosamente dos palabras tan antagónicas podrían aplicarse a idéntico contexto desde dos perspectivas distintas.


Como ejemplo práctico, esta misma tarde, cuando mi puñetero cerebro se ha puesto a mierdear (*) salvajemente con el consiguiente cabreo por mi parte.

(*) adaptación muy personal de ese verbo argentino y que para mí significa "dedicarse a no hacer nada en particular, malgastar el tiempo tontamente en lugar de dedicarlo a actividades placenteras y/o productivas". 

Sin embargo, puede que sin decirme nada, mi cerebro haya pasado de mí, de mis exigencias y de mis neuras y se haya ido a batifolar con el cuento a otra parte.

viernes, 27 de abril de 2012

Ambigú

Retocando mi artículo incendiario de ayer, estaba buscando un equivalente de ambivalente y que sonara como ambidextro, cuando me topé  con "ambigú".

Una palabra nueva y totalmente desconocida para mí como ambigú me resultó divertida en seguida. El lector paciente que ha llegado hasta aquí (y me refiero literalmente al único lector o lectora alemana que parece visitar este blog) habrá adivinado sin mucho esfuerzo lo que me gustan las palabras.

Pues esta me resultó divertida. Por lo afrancesada que suena. Me divierte ver cómo mis compas españoles han ido adaptando los sonidos y grafías galos a la casta lengua castellana.

Pero lo que no sé aun es cómo se llega a restaurante desde una palabra que significa ambiguo.

Caprichos y encantos de la etimología.

Lo dicho, buenos días!!!

PD: si a alguien se le ocurre algún vocablo que suene interesante y que signifique "que va en ambos sentidos", le estaré muy agradecida.

Reflexiones en el coche.

Iba en mi Astra rojo pasión. Realmente no es rojo pasión, es rojo lava. Aunque posteriormente, Opel tuvo a bien atender mi brillante sugerencia, y ya los nuevos modelos incluyen la opción de Rojo Pasión.

Psicoanalicemos el momento.

Una foto. Un reproche que fue totalmente injusto. Mi embarazo. Mi pequeña.

Lealtad. Algunos confunden lealtad con servilismo y lameculeo. Pero en eso no me meto, cada cual es muy libre de lamer lo que le da la gana.

Lo peor es cuando intentan infundir servilismo y lameculeo disfrazados de lealtad. O abusan de la lealtad para intentar meterte el servilismo a la fuerza, sin anestesia y por donde más duele, o sea por detrás.  

Jamás he practicado el beso negro, ni literal ni metafóricamente. Aunque todo sea dicho de paso, me repugna más lo último que lo primero.

Así me va.

Para bien o para mal.

Lo que no entiendo todavía es la relación entre mi coche y los culos. Pero tampoco me sorprende.

Buenos días!!!!

jueves, 26 de abril de 2012

Días de vino y rosas...

Odias el día que sigue a los días de vino y rosas...

La jaqueca punzante que te despierta de madrugada.

No te mires al espejo hoy, estás atroz.

El mal humor y el "cafard" se alternan sin descanso para ponértelo todo más fácil.

Las paranoias múltiples que atacan todo atisbo de seguridad que pudiera quedarte.

Que todo te resbale.

Que todo te afecte.

Los demás te molestan, y es del todo recíproco.

El día ha volado tontamente. Eres un día más vieja y hoy no has hecho nada por la humanidad.

Que acabe pronto este día.

Voy a limpiar.







Justicia Poética

Discuto con Dios a menudo y anoche tuve una fuerte con él.

Ahí estaba a las 11 y poco, fumándome el último pitillo, con una entrada escrita a medias (y que mañana retomaré), expulsada a la fuerza del salón por no querer ver el partido, menos aún una tanda de penaltis, y discutiendo con él en el patio trasero de mi casa, diciéndole que no me parecía justo que pasara el Madrid a la final después de la caña que nos habían dado a los culés la víspera por quedar eliminados con el Chelsea.  

Es que además, unas horas antes, me había peleado con cuatro o cinco madridistas en la sala de profesores. Y tuvo que ser dantesco. ¿Os acordáis del personaje de Robert Carlyle en Trainspotting? Pues iba yo tan tranquila, como cada mañana, y ¡BOOOOOM! sin saber muy bien cómo, reventé como suelo hacerlo, sin previo aviso, sin tenerlo preparado, me oí decirles a los compas que si se trataba de joder por joder, si íbamos a ir todos a joder, lo de joder era de ida y vuelta, y que joder a mí también se me daba muy bien!!! No sé la que habré liado, que tuvo que ser bien gorda, que cuatro horas después, un compa de Pamplona y seguidor del Osasuna vino a decirme al oído que se había enterado de la que había liado y que no merecía la pena pelearse por el fútbol.

Como sería la cosa que por la tarde, estuve a puntito de escribirle a mi madre por el facebook "Mami, me he peleado en el cole", buscando el consuelo materno, el único eficaz en estos casos, pero todavía me da un poco de apuro confesarles mis trastadas a mis padres entre otras cosas porque no sé cómo me la apaño, siempre acaban echándome el rapapolvos a mí.

Ayer por la mañana exploté. Hay veces en que me arrepiento de los rebotes que pillo. Pero por lo de ayer no. Ni de coña. Que mi equipo pierda me jode igual que a ti que pierda el tuyo. Es estúpido, incomprensible, pero el fútbol es así. Yo lo siento así. Y si en nombre de los mandatos de tu "aficionismo" te hace gracia que me sienta jodida, te alegras del mal ajeno, y desde tu insufrible chulería, porque no se puede ser más chulo y gilipollas, haces leña del árbol caído hasta límites insospechados, HOY TE JODES TÚ, IMBÉCIL, porque el pacto de ¿no? agresión es como la jodienda, de ida y vuelta.

Como dice Joan Gaspart, "Me la sopla, ni equipo español ni mierdas. Yo soy culé y antimadridista. Lo que haga el Madrid me la sopla". Entre "comillas" todo. Me gustaría que fuera diferente, que España no fuera un país de soplapollas que se la pasan deseando que el otro se joda en lugar de preocuparse por sus propias miserias. Pero no, en este país de mierda, el blanco está más al tanto de ver cómo se jode el negro, y viceversa. Aplíquese a casi todo. Y así nos va. 

Dios castiga y no da voces... Y se ve que anoche, Dios estaba a la escucha y atendió a razones.


(a todos los agnósticos y ateos que critican mis discusiones con Dios; chicos... estoy buscando las palabras adecuadas... me la sopla.)
        

martes, 24 de abril de 2012

What's the Story, Morning Glory?

Antes de marcharme esta mañana para el curro, me he dirigido al mueble de los CD (de cuando aun se escuchaban CD) y he cogido el primero que he encontrado. Y no ha sido premeditado. No sé qué me ha empujado a hacerlo. Supongo que verme en mi Astra rojo pasión escuchando por enésima vez la recopilación de The Smiths, canciones 3, 6 y 10. Porque no soy irreflexiva ni espontánea, nunca. Mmm... Casi... Sonrisa.

Claro que he vuelto a escuchar "Wonderwall" muchas veces a lo largo de estos, cuántos han sido, 15, 16, tal vez 17 años. Claro. ¿Por qué no lo iba a hacer? Es bonita, es muy british, me encanta y en parte me pertenece. O al revés. Fue la canción que marcó mi estancia como Erasmus en Cork, la que escuchamos todos, extranjeros e irlandeses, a lo largo de aquellos 4 casi 5 meses. Aunque para muchos irlandeses a los que conocí esa canción era bullshit. Bueno, realmente, para algunos prácticamente todo era bullshit.

Volver a escuchar el CD que te ponías una y otra vez hace una vida es durante unos instantes transportarte a aquella época desde las primeras notas. Como reconocer al pasar el perfume que marcó un momento de tu existencia. Y no es tanto por las imágenes que guardas en tu retina, como las sensaciones, el estado de tu ser hace años luz cuando los escuchaste por primera vez, casi tantas sensaciones como acordes suenan. Cierras los ojos y casi puedes volver atrás.

Claro que no puedes volver a escucharlo una y otra vez sin parar como lo hacías entonces. Porque eres consciente de que si lo haces, esos recuerdos desaparecerán como llegaron, por arte de magia, la música dejará de pertenecer a tu pasado para pertenecer a tu presente y ya nunca más volverás a sentir aquello.

Por qué se me han llenado los ojos de lágrimas y he tenido ganas de llorar escuchando el "Don't look back in anger". No lo recuerdo. Pero no era tristeza sino la imposibilidad de retener el raudal de emociones revividas al oír la voz desgarrada de Liam Gallagher. El corazón se ha descontrolado en su carcasa, me latía más fuerte, esta mañana en el coche, y hace un momento, al volver a escucharla. Respiraba más deprisa, tenía que soltar toda esa respiración que me tenía casi jadeante e inmóvil para no reventar. Y mientras lo sentía, he sonreído.

Cierras los ojos, vuelves atrás y te das cuenta de que nada ha cambiado en el fondo y que sigues siendo la misma persona, y puede incluso que más fuerte ahora que sabes lo que pasó después y de lo que fuiste capaz. Y es increíble la energía que recorre tu sangre renovada porque ya no eres una sino dos, la de aquel entonces y esta unidas para enfrentarse al mañana.

No quiero gastar esos acordes. Quiero volver a sentirlo algún día. Así que apago ya la música.





  

23 de Abril

Todos los 23 de Abril, les pregunto lo mismo a mis alumnos. ¿Sabéis por qué se celebra hoy el día del Libro? Los más sabios farfullan algo sobre Cervantes, y antes de que les dé tiempo a acabar siquiera, ya suelto yo mi discurso sobre la maravillosa tesitura que hizo converger en calendarios diferentes la muerte de dos genios como Cervantes y Shakespeare el 23 de abril de 1616. Me parece siempre tan increíble. Al parecer no se conocieron, y me pregunto si sus contempóraneos intuyeron en algún momento la trascendencia que ambos autores tendrían en la literatura unviersal. Y aunque las fechas no fueran coincidentes, siempre hablamos de una diferencia de días, que en 10 días la muerte se llevara a dos de los grandes ¿no es asombroso? ¿O sólo me asombra a mí?

Me gusta que el libro tenga su día. Me gustan los libros. No, es más que eso, amo los libros. Es fervor, es devoción. No podría concebir ningún lugar como hogar si no está repleto de libros. Y deseo poder trasmitir a mis hijas mi pasión por los libros. Al fin y al cabo, mi vida siempre ha estado ligada a la palabra escrita y tengo mil anécdotas relacionadas con ellos. No sé por qué he recordado esta en particular. Una vez, hace muchísimos años, me regalaron un libro. Y por el contenido tan extraordinario y tan apabullante de aquel libro que aun hoy me tiene enamorada, entendí más tarde que aquello era una auténtica declaración de amor, hélas, imposible de corresponder.

Lamento sin embargo la pérdida de algunos de ellos. Y me arrepiento profundamente de haber dejado un libro mío en manos de quien no lo apreciaba o peor aun, lo despreciaba. Y si además es un libro que significaba algo para mí llamadme loca si queréis, pero aun hoy sufro y anhelo tenerlo entre mis manos para no volver a perderlo nunca. Quien no aprecia el libro, es digno de lástima. Y hay gente que da auténtica pena.

23 de abril. Mi abuelo Juan murió a la edad de 52 años el 23 de abril de 1958. Ni todos los personajes que recogen los libros se merecen que los recuerden, ni tampoco los libros han recogido la vida de todos los personajes que merecían ser recordados.

Se me ha hecho tarde, pues necesitaba redimirme de un pequeño desaire que he tenido con un amigo. Espero que pueda perdonarme por ese pequeño arrebato y  que me va a costar media hora de sueño.

Mañana intentaré aplicarme más. ¡Buenas noches! 







domingo, 22 de abril de 2012

Un pensamiento positivo :D

La anécdota que acabo de publicar es cierta; una vez vi ese lago subterráneo.

Estoy muerta, reventada, y no tardaré mucho esta noche en irme a la cama con JKT. Pero esta noche, estoy en paz conmigo misma, sonrío al darme cuenta y quería dejarlo impreso pues si mañana o pasado, el recuerdo de esta sensación al leer esto me hiciera recuperar tan sólo un poco de esa paz, sería ya mucho. Y si al leer estas palabras mías, te sorprendes, entonces, BEATO TE, como dicen los italianos.

¿Habré olvidado al menos por unas horas, lo superfluo, lo insignificante, lo secundario? ¿Será esa la única verdad que subyace en todo y que hayamos perdido todos la capacidad de reconocer mientras nos hundimos en nuestros pequeños infiernos personales la mayoría de ellos inventados?

Sé que he estado cerca de esa verdad, que la he sentido esta tarde, que me ha rondado. Y era grande, inmensa, y tenía el poder de convertir el desasosiego y la preocupación en paz.

Jajajajaja, me acabo de releer y sueno como un pastor evangelista. Nooooo. Sólo busco una cosa, la que todos buscamos. Ser feliz.
....
Eso es todo.

¡Buenas noches!

Día de Meriendas...

Día maravilloso de meriendas. Día increíble de meriendas. Día fabuloso de meriendas. No hay año que pase que no disfrute del ritual de ir a pasar el día al campo. Este año me he quemado un poco en los brazos y el pecho, y me he hecho daño en un pie al darle una patada al tronco de una pita que he encontrado y traído al campamento base bajando y subiendo dos o tres cerros más allá para que luego encima se rieran de mí porque esa madera no hace ascuas. La edad va mandando poco a poco sus primeras señales y tengo el pie condolido. Sin embargo, acabo de llegar y ya aguardo con impaciencia la próxima cita.

Desde el altillo de la terraza que comunica ambos lados de la que fuera mi casa, la casa de las rosas, puedo observar, más allá de la ribera que de mí la separa, la vega hermosa y agria, e imagino que luce, resplandecientes de un sol ahora invisible, su follaje y mis recuerdos. A mis pies, el jardín abandonado yace moribundo, corroído por un veneno que escapa al entendimiento de sus raíces. A lo largo de sus caminos, se encuentran los exquisitos cadáveres disecados de rosales desnudos…

Ya no queda nadie entre estas cien paredes que se lamente de su agonía. De nada sirve ya que baje por este amasijo de hierbajos secos y frutas podridas, por este patético abominable que, en su último suspiro, tanto anhela el paso acariciador de aquellos a quienes tanto dio... Más allá del Río, la vega y más allá de la vega, mi sierra.

El lugar en el que me tocó nacer es un país lunar donde descansan los gigantes de piedra. Familias enteras de colosos soslayadas por un mundo donde no tenían cabida. La curva de sus cuerpos pulida por las lluvias diluvianas fija los puntos cardinales, que alguna vez fueron llanos.
El viajero accidental cruza mi país lunar con una mueca atónita de rechazo. Atontado, acude al más alto de los cerros en busca del verde oasis: allí, descubre desasosegado el cerco de aquel laberinto supino y sinuoso, inmóvil y amenazador que se amorata en el horizonte circular. Y que ciertamente es feo.

Si a esta tierra
Yo la quisiera
Que es la mía,
No me importaría
Que fuera fea
Que yo la querría
Porque es mi tierra.

Una grotesca e inmensa manta parda y rala va cubriendo centenares de cerros; cerros moteados de matojos secos, matojos secos como carnosidades negruzcas y peludas; cerros al infinito, calvos y viejos, dentro de decenas de sierras gemelas, bastardas y feas de apellidos quijotescos que abanderan sus absurdos confines.
Yo, Áurea, vivía a los pies de una de estas sierras, la Sierra de las E.... Fui una más de los habitantes lunares de estas lomas. Nada nos distingue de vosotros, terrenales, nada, más que un culto impío a una tierra que vuestras miradas inmolan al pasar.
Tantos cerros hay que cada uno de nosotros se podría subir a uno de ellos y contemplar como un vigía solitario desde lo alto de su monte las siluetas desparramadas en la distancia de nuestro ejército. Yo me subiría al de la Paloma que desde el aire se parece groseramente al contorno de unas de estas aves en vuelo, por la hendidura que raja y hunde su flanco norte de arriba abajo. Yo más bien creo que su cumbre es la cadera de una ogresa, único vestigio de su fisonomía y que aquella enorme comisura es el pliegue que formó su muslo al recogerlo sobre su vientre.
El viajero atondado no volverá, posiblemente, sulfurado por nuestro desdén hacia su bagaje de palabrería e imaginería. Hace un momento se han burlado de él los viejos en un bar. ¿Qué nos importan sus verdes pastos, sus capitales y sus ruidosos arroyos....
si debajo de estas sierras corre un mar legendario de aguas que impide a la tierra morir?
No se sabe exactamente donde se oculta pero yo una vez lo vi.
Fue una tarde de Meriendas, cuando la Semana Santa toca a su fin. Ese año, el paradero escogido era un olivar en el término de Los Pardos, otra pedanía de esas tan parecidas a Los Naranjos. Es tan parecida que uno se pregunta quién puso fronteras entre ellas y qué lenguaje tan disparejo pudo dispersar a sus habitantes. Tras el arroz a la lumbre y la siesta a la sombra de los árboles, al son de las primeras chicharras, decidimos hacer una caminata por el lecho seco del Río unos cuantos mientras los demás jugaban una animosa partida de parchís. Aun recuerdo el entusiasmo de mis diez años al engancharme a la espalda la mochilita azul; cómo la abuelita Fe embadurnaba la piel tan blanca de mi cara y mis brazos de una crema pegajosa e incómoda mientras el chacho Justo escogía una rama seca y larga que usaría a modo de bastón. 
En realidad y pese a tirarnos la vida entera entre esos cerros, ésta era una de las pocas ocasiones del año en que nos decidíamos a practicar lo que en otras partes llaman senderismo. En estas latitudes y una vez superadas la juventud y sus locuras, el calor arremete contra los cuerpos volviéndolos perezosos o sabios, según se mire.

Andábamos en progresivo silencio, cansados y aburridos, recordando un año más que era la monotonía de estos parajes lo que nos hacía desistir de estas excursiones, levantando la vista hacia el sol de mediados de abril, que pica y engaña, en señal de rebelión contra su omnipresencia, con la frente chorreando de sudor y arrugada. Sólo el chacho parecía no darse cuenta ni del calor ni del agobio porque seguía su marcha incansable y regular. Harto de oír un año más nuestras quejas, tuvo a bien de contarnos episodios de su infancia en el cortijo, en concreto ése en que veía, desde el bancal el ruidoso desfile de las mozas y los niños del pueblo, armados con jarras y zafas, recorriendo todos los días, y en ocasiones, dos veces al día, kilómetros hasta llegar al arroyo, llenar las tinajas y volver para casa. La imagen de aquella procesión de mujeres y niños titubeando bajo el peso del agua no hacía más que desalentarnos aun más.
A cada uno de nuestros pasos brincaban dos o tres saltamontes. Yo me divertía a deshacer trozos de la tierra cuarteada del lecho del Río que ese año no había salido todavía (a esas alturas del año ya no saldría hasta septiembre y con suerte). Se desmigaba con un pequeño estruendo, como peditos que fuera soltando a cada uno de nuestros pasos.
Era el agrietamiento de la tierra lo que nos aburría, la ausencia del agua. Cuando había salido el Río, todo era más divertido. Solamente el mirarlo correr, por ínfimo que fuera su cauce nos tenía a todos ocupados durante horas, tal vez embrujados por aquel rumor cantarín y alegre, como el de muchos pájaros, del agua que corre… hoy, el agua no estaba y sólo nos acompañaba la presencia de aquellos cerros abultados, inhóspitos y secos de una y otra parte del camino. Estoy casi segura de que ése era el pensamiento colectivo, exceptuando por el chacho Justo.
Uno de nosotros se percató entonces de que el chacho Justo levantaba el palo que llevaba a modo de bastón hacia una mancha más oscura que las otras, tras unos matorrales secos, en la ladera de uno de los montes que nos rodeaban, a unos doce metros de altura de donde nos encontrábamos. Era una ladera escarpada de tierra inestable de difícil acceso y en apariencia igual a las que bordeaban el camino recorrido. Pero lo que parecía la sombra de unos arbustos no era tal si no más bien la entrada angosta a una cueva, fenómeno geológico por otra parte muy corriente por estos lares.
Mi tía Luz no se lo pensó dos veces y empezó a escalar la falda. Su subir era tan ágil como el de una cabra, lo cual no sorprendió a nadie pues todos acostumbraban desde la más tierna infancia a realizar semejantes hazañas. No hay mucho más qué hacer por aquí cuando se es niño. Escogía rápidamente la piedra en la que apoyarse y se servía de tal o tal otra mata para impulsarse hacia arriba. Pronto el resto la seguimos; yo me agarré fuerte a la mano del chacho Justo, que subía como un demonio pese a mi carga y a sus ya casi ochenta años, y la alcanzamos cuando ya se adentraba en aquella boca del diablo que nos recibía con una mueca de desdén.

La entrada obligó a agachar un poco los cuellos. Una vez que nuestros ojos aun cegados se acostumbraron a la oscuridad, aquello tomó forma de un pasadizo hondo y negro y que a través de los huecos más anchos nos parecía descender. El suelo del paso estaba cubierto por gravilla y cantos blancos, algunos lo bastante grandes como para hacernos desistir de bajar; además no parecían provenir de la cueva pues sus paredes de caliza estaban lisas por el techo y los costados. A lo lejos se oía un rumor que confundimos con el eco de nuestras voces. Nos miramos, en un primer momento indecisos sobre qué hacer. Cuando surgió el problema de la luz, pues era más negro que el infierno, saqué con orgullo de mi mochila azul mi linterna de Snoopy. Mi tía me sonrió, hinchándome de gozo. Estaba decidido, bajaríamos, pues la caminata anual había sido durante demasiado tiempo ya vana.
El chacho Justo, el patriarca de la casa, se alzó con mi linterna cara de perro, como cabecilla de la incursión. Me deslizaba tras él sorteando las piedras mientras los demás se retortijaban para amoldar sus cuerpos a los huecos que les dejaban los peñascos, los cuales crecían en tamaño a medida que bajábamos. El chacho levantaba de vez en cuando la linterna en busca de murciélagos, los pájaros de la noche. La cueva en apariencia estaba inhabitada. Oía tras de mí cómo blasfemaba la prima Mar entre dientes por la gravilla que al restregarse contra las piedras le arañaba la piel. Tenía las manos blanqueadas y la ropa manchada de apoyarme contra la pared; un polvo tal vez centenario era el que todo lo envolvía. De vez en cuando veía a mis espaldas el resplandor de una llama, al encender su mechero Mar, Luz o Indalecio, que ahora recuerdo, también estaba. La última de todos era mi mastodóntica prima Cruz, siempre tan callada que no se sabía si seguía allí o si había quedado rezagada o encajada en alguna esquina. Tras un pedrusco, desparecía el fulgor de la linterna, y los que iban atrás quedaban desorientados sin saber si debían subir o bajar, o si el camino seguía por el pasadizo secreto que escondía alguno de esos peñascos. Yo debería haber sentido miedo pero recuerdo las sacudidas de mi corazón al pensar que tal vez encontraríamos los tesoros de algún bandolero malagueño de ésos que pueblan los cuentos infantiles de otro siglo. A medida que avanzábamos, el ruido se iba definiendo en un rumor hueco que a mis años no podía entender...

Me parecieron siglos el tiempo transcurrido hasta llegar a lo más hondo. Tal vez sólo fueran minutos. Pero el espectáculo que nos encontramos nos hizo olvidar el tiempo, los arañazos y los golpes. Desde un pequeño saliente donde por fin pudieron enderezarse, contemplamos aquello, que no era el tesoro que yo imaginaba pero que valía más que todo el oro del mundo. Pude asociar el sonido con su imagen. De algún recoveco secreto caían gotas de agua que retumbaban en aquella gruta lóbrega que debía ser la entraña de la tierra. Era profunda y honda pues tras las paredes que enmarcaban aquel promontorio sobre el que dominábamos aquella extensión, no alcanzábamos a vislumbrar sus límites.
Hasta donde alcanzaba la luz de la linterna, único halo, un mar. Mar subterráneo, hermano antagónico de aquel que mece el viento, como Caín para Abel, jamás vería el sol, la luna no arrastraría jamás sus olas a la orilla ni rastrillaría su arena. No tenía olor, siquiera a azufre. No tenía color tampoco, ni fondo, ni forma, ni nada que la distinguiera de todo lo demás; era sólo una cubeta llena de agua donde se reflejaba en sentido inverso la cueva de cal. Si había de existir el averno, éste era, sin lugar a dudas.

Entonces me sucedió algo insólito; empecé a sentir miedo. Aun hoy, ahora, puedo sentir ese miedo que me atenazó el pecho. No alcanzábamos a ver el fondo de aquella laguna pero parecía lechoso, hecho de la misma piedra polvorienta que el pasadizo. Luz se agachó a tocar el agua y al percatarme de ello, chillé. El grito retumbó contra las cavidades como un trueno. Parecía que la gruta se venía abajo, sepultándonos para siempre. Se detuvo en el gesto. Sé por qué tuve miedo. Porque sabía que tarde o temprano, antes de que se agotaran las pilas de mi linterna, y tras las primeras pesquisas, Luz se tiraría al agua sin pensarlo, intentando descubrir hasta donde se extendía aquel mar cristalino y turbio. Y ¿qué sabía ella si en aquellas aguas no habitaba algún monstruo capaz de devorarla? ¿y si se perdía por alguna galería de aquel laberinto de piedra sin encontrar su camino de vuelta? Tuve miedo de todo eso, como si de repente, a mis diez años, hubiera adquirido todos los temores de los que han vivido cien.

No he vuelto a la cueva. No sabría encontrarla. Pocos quedan de los que allí estuvimos. Y sólo han pasado diecisiete años. Pero supe luego que ellos sí volvieron. No se llevaron más que una linterna, la mía tal vez. No se llevaron ni trajes de baño, ni la colchoneta hinchable de la playa, no. Sólo volvieron para seguir contemplando el milagro de aquella agua, sin desvelar jamás, ni siquiera a ellos mismos, los secretos de aquella cueva.
La tierra donde me tocó nacer es un país lunar…   

(LA CASA DE LAS ROSAS. Capítulo I)

sábado, 21 de abril de 2012

Mojácar, 23 de julio de 2009.

A quien le diga que he tardado en encontrar lo que buscaba ayer exactamente el tiempo de abrir dos carpetas. Cosa de duendes. Alguna vez hablaré de duendes. Lo voy a publicar tal cual. No lo voy a retocar. Sin embargo, añadiré el  final. No recuerdo por qué lo dejé a medias. Lo escribí pensando que el testimonio de alguien que había vivido aquel incendio podría interesar pero después me di cuenta de que me había dejado de importar el que mis palabras pudieran interesar a nadie. Y como este espacio es mío, con lo que me ha costado encontrarlo, aquí lo dejo.


Esta mañana me he topado con las fotos que salen en El Almería de lo que pasó aquel día y la verdad es que me he quedado un poco alucinada. Yo también tengo fotos pero la verdad es que en aquellos momentos lo que menos importaba era echar fotos. A nosotros nos pilló allí. Nuestra urbanización se encuentra muy cerca del Mandala. A las 2 de la tarde, estábamos en la piscina con las dos crías cuando empezó a soplar un fuerte viento de poniente de esos que queman, literalmente soplaba fuego. Me subí a la pequeña que tiene ahora siete meses y lo primero que hice fue cerrar las ventanas y las contraventanas para que no entrara el calor.

A las cinco de la tarde me llama mi hermana que acababan de llegar a Garrucha para decirme que no se me ocurriera sacar a las crías a la calle que el coche marcaba 48º. A la media hora, nos llama otra vez. Que saliéramos de Mojácar pitando, que lo que habían visto a lo lejos desde la carretera y que en principio parecía una tormenta de arena estaba llenando Garrucha de olor a humo. Abrimos la ventana y al asomarnos vimos que la Sierra se estaba quemando pero ni el humo ni las cenizas nos estaban llegando a nosotros. Le digo que no parece que haya peligro- gritos de mi hermana histérica- y que hemos quedado en que nos traían un puf a las 6 y media, que después ya veríamos. Algunos vecinos ya empezaban a cargar los coches y a irse.

Más o menos por esa hora y desde la terraza oigo la voz lejana de un altavoz avisándonos que en hora y media tenemos que desalojar las viviendas. Llega mi marido con los del puf, que todavía a día de hoy no sé cómo llegaron hasta allí ni cómo se atrevieron. Le comento a mi marido lo de que nos tenemos que ir, pero es que en ese momento, no teníamos sensación de peligro. Llamada de mi hermana histérica para ver si nos hemos ido ya y que si queríamos salir ardiendo, allá nosotros pero que ella iba para allá a bucar a las crías. Mi marido se da una vuelta por la urbanización. Una vecina le aconseja quitar todo lo que hay cerca de las ventanas, las cortinas, los muebles, etc y eso hacemos.

8 de la tarde. Cargamos a las crías y el equipaje y emprendemos la huida. En El Árbol hay un helicóptero, pero al parecer y por culpa del viento, no pueden hacer nada. Enfrente han montado todo un dispositivo de tiendas y de gente. Y hay una circulación bárbara dirección Garrucha. Los conductores nos miran como diciendo vais a tardar un rato en poder incorporaros. Los coches no avanzan. Mi marido se baja del coche para ver lo que pasa. Resulta que los están desviando todos para Carboneras. Por ahora no se puede pasar de ninguna de las maneras. El guardia civil que está allí nos aconseja que visto el tráfico que hay, mejor nos quedemos en casa, y que ya nos avisarán si tenemos que largarnos. Llamo a mi hermana. Mi madre me aconseja que ponga trapos húmedos en las rendijas de puertas y ventanas para evitar que entre el humo. La verdad es que cuando me contaron luego las noticias que llegaban a Garrucha entiendo que para ellos fueran momentos de angustia, que si se había quemado la gasolinera, que los Marina de la Torre estaban ardiendo y que incluso las llamas habían llegado al Hotel Continental. Todo Mojácar estaba ardiendo y nosotros seguíamos sin sensación de peligro alguno.

Sobre las 9, estoy dándoles la cena a las crías, abro la ventana de la terraza, y empieza a meterse un fuerte olor a humo. Mi marido ha bajado a hablar con los vecinos, el humo ya se huele por todas partes y hay que irse. Les ofrece venirse con nosotros que tenemos sitio para todos pues son de Galicia y de Castilla La Mancha pero prefieren quedarse.

Ahora sí que sentimos miedo, por las crías. La circulación es densa pero no más que otro día cualquiera. Guardo muchas imágenes de ese trayecto desde el Pueblo Indalo hasta el Hotel. Gente paseado, vestida para salir a cenar, algunos no prestan demasiada atención a las llamas que están en lo alto del cerro detrás de las urbanizaciones. Recuerdo en particular como de repente una mujer agarra del brazo a su marido y le señala atónita el fuego. El ambiente es de aparente normalidad y los raros somos los que nos vamos. Aunque si que veo a algunos cargando coches.

La carretera de Mojácar a Carboneras es peligrosa pero aquella noche os aseguro que no. En algunos sitios se la puede ver totalmente marcada con las luces traseras de los coches. No vamos rápido pero tampoco lento.

...













Mi marido se llevó a la mayor en su coche hasta Terreros y yo me llevé a la pequeña a Garrucha. No olvidaré nunca cómo al bajar del coche, mi madre se abrazó a mí y cogió a mi hija llorando. Me sorprendió porque me di cuenta entonces de cómo lo habían vivido desde el otro lado del fuego. No fuimos conscientes del peligro que corríamos??? No lo corrimos?? No lo sé. Fue... una experiencia límite.

viernes, 20 de abril de 2012

...y tristezas...

Pues no. No he podido encontrarlo. Y no dispongo de tiempo. No pensaba que podía sentirme tan apegada a esas palabras, y si para mí eran tan importantes, por qué no las tendría guardadas bajo llave o en una caja fuerte. Y sin embargo, lamento tanto su pérdida.


Y encima, con lo mucho que me cuestan las horas, acabo de malgastar unas pocas de la manera más tonta. A veces es complicado mantener el equilibrio por cuanto aguantas la respiración, y este resulta tan frágil que en un momento dado incluso el imperceptible batir de alas de una mariposa te podría hacer caer.


Aparentemente era bipolar, y así debía ser, porque lo mismo reía que de pronto se volvía hacia nosotros y nos gritaba furibunda con esa voz ronca casi grotesca. Alternaba con una pasmosa facilidad los días de alegría y los de amargura sin que aparentemente ninguna lógica pudiera explicar aquellos altibajos.

De cabreos...

Típico. Te buscas una tarde tranquila para dedicarla a tu blog y publicar al menos veinte entradas nuevas, recuerdas aquello que escribiste hace años y que no llegaste a publicar nunca, y entonces es cuando todo se joroba porque de repente ha desaparecido y no sabes en qué subcarpeta o en qué cuenta de correos lo dejaste, y probablemente, si lo volvieras a leer, lo cambiarías todo desde la primera coma hasta el punto final, pero ahora mismo te parece lo mejor que escribiste nunca.

Fuuuuuus....

Lo encontraré. Aunque sea lo último que haga.

jueves, 19 de abril de 2012

El camarote de los hermanos Marx

No me digáis que no soy buena escogiendo títulos. De hecho, si existiera la posibilidad de dedicarse laboralmente al oficio de poner títulos, sería probablemente una de las profesionales más demandadas. Ayyy (suspiro)... Hélas, qué difícil es seguir imprimiendo de humor estas palabras cuando tienes la cabeza en otra parte y estás de "humeur maussade". No sé si confesarlo. Y a quién puede importarle. Hoy mi señora alemana no me ha visitado, la única que ha visitado este blog desde el principio, y es duro, durísimo perder a tu primer y único casi seguidor. Y si al menos me hubiese explicado qué hice mal, habría intentado arreglar las cosas, pero se marchó y me dejó sola, así, sin decirme nada ni darme ningún tipo de justificación. Y eso es muy duro. Y sufro. Me gustaría tomarme un café con Groucho Marx. Creo que eso paliaría un poco mi tristeza y la ausencia de mi única seguidora. No sé si es una mujer pero no veo muy bien a un hombre metiéndose voluntariamente en un blog llamado "El Blog de Rosita".
Volviendo al tema, que me lío, creo que el camarote lo llevo en la cabeza, y salvando las distancias en casi todo, pues se haría complicado encontrar algún tipo de correlación entre lo de esta tarde y dicho camarote, lo que prometía ser un baño relajante para recargar mi malgastada energía (en términos movilísticos, llegado al jueves, me queda una barrita en el marcador de la batería) se transformó de repente en lo que de repente mi imaginario tradujo por un camarote de los hermanos Marx trasladado al cuarto de baño de mi casa.
Intimidad. Por lo visto, es una palabra desprovista de sentido en esta casa. Momento, me siento y espero a que se caliente el agua y se llene un poco la bañera, momento llega la peque con su "mami, quítate que iba a hacer yo pipi". Momento se va, momento me desnudo y me meto, momento vuelve. Momento se baja de nuevo los pantaloncitos,  sube peligrosamente a la tasa del váter y manteniendo un exiguo equilibrio se pone a hojear "La Conjura de los Necios". Momento "Gabriela, llama a tu padre que la Isa ha hecho popo y yo estoy disfrutando de mi baño y no voy a salir a limpiarle el culito". Momento entra mi Gabriela "¿Qué has dicho?" Momento lo repito, momento sale, momento entra mi marido, tira la niña el libro y papi limpia culito. Momento se van. Momento entra mi Gabriela "Mami, ¿cuándo vas a salir para jugar conmigo a las pinypons?" "Ya mismo salgo". Momento sale, y momento vuelve la pequeña al ataque, momento se asoma a la bañera, momento se lo piensa, sale, entra, momento decide que se va a meter también, y momento empieza la imposible tarea de quitarse la ropa. Ese momento dura un poco más que los demás, hasta que me apiado de ella, y llamo a mi Gabriela. A todo eso sigo metida en la bañera, relajándome observando momentos. Momento entra mi Gabriela, momento que se lo explico, momento en que entre resoplidos y quejas, Gabriela consigue quitarle la ropa a su hermana. Momento se mete la peque. Momento se va Gabriela, y le grita a su padre que la pequeña se ha metido en la bañera, momento se oye una respuesta que no logro entender, y momento vuelve al momento. Momento "¿Cuánto te falta? Estoy sola para jugar". Momento enjabonamiento, momento en que mi Gabriela duda si meterse ella también, y bajo la amenaza de que el baño relajante se prolongue al infinito, momento en que decido que se acabó el baño relajante por hoy, y me salgo por fin. Como dijo John Lennon, la vida es todo aquello que pasa mientras estás disfrutando de un baño relajante.
Ich liebe dich chucrut!

miércoles, 18 de abril de 2012

Grande, Barça, grande...

Esta noche no estoy para nadie. Nadie que no sea culé, se entiende. Esta noche paso de Twitter y de Facebook, porque me conozco, y al primer madridista (que no sea mi madre porque a una madre se le perdona todo, incluso las excentricidades) que me toque las narices, por no nombrar otra parte de mi anatomía, lo voy a tener que mandar a mirar para Cuenca y esas cosas hay que hacerlas en frío para que luego no haya arrepentimientos.
Señor, ¿por qué me hiciste futbolera? ¡Soy mujer!, podría haberme tirado una existencia tranquila, sin que nadie me hubiera preguntado nunca el por qué ni el cómo. No habría necesitado demostrarle a nadie lo machote que soy. Ironía. Qué cabreo tengo esta noche.
Me gusta el fútbol desde que mi padre nos llevaba a mi triciclo y a mí a sus entrenamientos de fútbol; mi padre jugaba con el equipo de la fábrica, y era bueno, muy bueno, tan bueno que le partió un brazo a su portero durante el calentamiento antes de un partido. Pero, qué bruto. Jajajaja. Tengo que pedirle mañana que me vuelva a contar esa historia. De hecho, ha seguido jugando hasta hace unos años. Tengo recuerdos lejanos y confusos del césped verde en días soleados, de la pista que corría paralela desde donde lo veía jugar y que estaba bordeada al otro lado por una suave pendiente sembrada por algunos árboles, y la caseta de los vestuarios a lo lejos, recuerdos en blanco y negro de fotos preciosas con mi padre sudoroso vestido con la camiseta del equipo y yo feliz, a su lado, recuerdos de las noches de verano en que me llevaba con él a comernos una merguez y ver jugar al equipo local de Saint Priest. De pequeña era la única de los tres hermanos que compartía su afición. Y no sé muy bien por qué me gustaba el fútbol, si era porque a él le apasiona, pero es así. Luego, en la adolescencia me alejé de mi padre (que es lo que suelen hacer los adolescentes) y por ende, del fútbol.
Hasta el año 92. Aquel año fue increíble. Estaba por fin aquí, en España. Conocí a mi marido. Y... el Barça ganó su primera Copa de Europa, sin olvidar la primera liga en Tenerife. Jajajajaja.
Que conste que no venía predispuesta de Francia para ello y de haberme dicho alguien unos meses antes lo que me iba a ocurrir, me habría descojonado, en serio, pero me enamoré locamente del Barça, creo que incluso antes que de mi marido, también culé, y del juego más bonito que haya visto nunca hacer a nadie. Y aunque vayan cambiando los nombres, las figuras, los presis, no me defrauda nunca, sigue siendo el mismo juego espectacular que me enamoró.
Pero esta noche estoy cabreada. Mi equipo del alma ha perdido, y cuando eso ocurre, me cabreo. Y cuando me cabreo, malo. Iba a escribir un panegírico no, lo contrario, sobre esa cosa que dice que tiene tantas copas franquistas y que tanto asco me da, sobre el tonto que comenta los deportes en el telediario de antena 3 de las 7 y media, etc etc, pero ahora que me he llenado la cabeza con un montón de recuerdos bonitos, estoy logrando olvidar el cabreo de la derrota de esta noche.
Me gusta el fútbol, lo admito, soy una orgullosa culé y en las grandes noches, soy adicta a sentir cómo el corazón me late a cien durante los 90 minutos. Pero cuando pierde, es mejor dejarme un poquito en paz.
Y el Antonio se casa el 7 de Julio. No todo iban a ser malas noticias hoy.

martes, 17 de abril de 2012

Ángel de la Guarda

Estaba escribiendo algo y de pronto ha aparecido un ángel con pijamilla rosa de Hello Kitty y pies descalzos.
Aquí la tengo en mis brazos, viendo juntas dibujitos (a estas horas????) y acariciándole el cuello, a ver cuándo quiere dormirse. Es lo que tiene echarse siestas de dos horas.
Algún día seguro que me gusta recordar esto.
Buenas noches...
chhhhhh........

lunes, 16 de abril de 2012

De cómo va cambiando el día

El título está cogido con pinzas, lo sé.
(Pero claro, que la alternativa "de música en el coche a tiempos aciagos" no suena mucho mejor; a ver si antes de acabar, encuentro alguno mejor)
Esta mañana sin embargo prometía ser un buen día. Un bueno y gélido día. Por una vez, la radio había puesto una tras otra canciones que me hablaban. Y eso, ¿cuántas veces ocurre sin necesidad de estar constantemente dándole al botón de las estaciones? ¿Eih? Sí que recuerdo perfectamente los títulos, pero no los voy a poner aquí. Por personales no, por ñoños, jajajajaja.
Empezaré a sentirme mayor el día que deje de cantar y de bailar en el coche. Desgraciadamente estoy madurando algo. Ya me corto más al gritar si me cruzo con algún conductor. Lo hago con la boca chica. Y si hay algún coche cerca intento disimular los movimientos de caderas y de brazos y me limito a mover la cabeza. Pero es que la música en el coche me transmuta en bailarina de barra americana en medio de la pista de una discoteca donde soy la dancing queen de abba. Y no puedo no bailar. Es que tampoco hay motivos para no hacerlo. O ¿es que eso también provoca accidentes? Sinceramente, no conozco mejor manera de empezar el día.
Y luego todo ha ido sobre ruedas, ha seguido el curso natural de una mañana que empieza bien. El desayuno ha sido divertido, ganando adeptas a ese plan N que queremos poner en marcha. Lo admitimos todos los del club de los desayunos en Los Membrives. Somos peores que nuestros alumnos. Mucho más. Sonrisa. El día que me vaya y tarde o temprano me iré, echaré de menos esa media hora y esas charlas.
Entonces, ¿cuándo y por qué se torció el día?
A cuarta hora. Me pasa por escuchar conversaciones ajenas en lugar de dedicarme a lo mío.
Son tiempos aciagos. El viento trae aires de miseria y de conflictos. El futuro es bastante sombrío, y lo peor es esa sensación de que el fin paradójicamente se alejara cada vez más. Sería estúpido por mi parte rasgarme las vestiduras, por ahora soy afortunada, pero creer que no nos ha afectado ya a casi todos o que no seguirá haciéndolo, en menor o mayor medida, mirar para otro lado sería vivir en los mundos de yupi. Algo hay que hacer.
Pero si sintiera que me desprecias una sola vez, entonces, para mí, tu ser dejará de importar. Te veré pero no te miraré, te oiré pero dejará de importarme lo que tengas que decir. Ya no me importará ni lo que te haga reír ni lo que te haga llorar. Seré impermeable a tu dolor y a tu risa. Tu existencia habrá pasado a serme indiferente, inexistente.
Críptico, muy críptico hoy, incluso un poco obtuso, y añadiría que con un final exagerado. Pero esa es la amarga sensación que me ha quedado pegada al cuerpo desde esa cuarta hora, y aun a estas horas no he conseguido ahuyentarla.
Se hace tarde y tengo sueño.

domingo, 15 de abril de 2012

La válvula de Ignatius

No me apetece twittear esta noche. Mi público es demasiado exigente o yo me lo imagino así, pues imaginación no me falta, y en mi imaginario infinito y personal, no entenderían que no siempre logro ser tan graciosa!!!... sonrisa. Así que digrediremos sobre una válvula.



Excursus de la susodicha digresión: Me acabo de tirar cinco minutos buscando el verbo del que procedería "digresión". Y lo que he descubierto me ha dejado un tanto intranquila pues en efecto los españoles no tienen un equivalente directo al verbo francés "digresser" o al inglés "to digress". Lo cual es una auténtica barbaridad, pero no la primera ni la única y algún día dedicaré un momento a aquellas palabras que desgraciadamente no puedo utilizar en la lengua de Cervantes por el mero hecho de no existir.


Ahora bien, este es mi blog, aquí nadie vendrá a imponerme normas injustas y arbitrarias, ni cercar mis discursos, por absurdos que estos les parezcan a los demás, aquí haré todo lo que me plazca como inventarme palabras, y el verbo "digredir" se adecúa plenamente a mi propósito.


Si alguno de vosotros ha leído "La Conjura de los Necios", seguro que acabará recordando la válvula de Ignatius J. Reilly. Desde que descubrí a Ignatius allá por el 92, he leído "La Conjura de los Necios" en cada momento de mi vida en que he querido hacer un paréntesis y dedicarme a leer. Como lo estoy haciendo ahora. Ignatius Reilly es probablemente el primer friki reseñado de la historia y trasladándome al contexto de esta pantalla, habría sido uno de los grandes blogueros y twitteros de nuestros días. Pero no me las voy a dar ahora de crítica literaria. Sólo que me ha venido al pelo para esta entrada.



Yo también tengo una válvula, y creo que todos, aunque no me atreveré a decir que todos somos conscientes de tenerla, porque de ser así, el mundo no andaría todo el rato liándola por gilipolleces sino que se atendría a controlar los vaivenes de sus válvulas y los giros de su rueda de la Fortuna antes de armarla.



Pues un buen día de no hace mucho tomé conciencia de mi válvula, la cual, aun no siendo exactamente una válvula, es igual de jodida. Y es lamentable que no me haya dado cuenta hasta ese buen día que a veces la explicación de "mes états d'âme et de mes spleens" no estaba en los demás, ni en mi Rueda de la Fortuna, ni siquiera en el Sursum Cordae sino que estaba en mí. Y no es que tenga la batalla ganada contra mi válvula, pero ahora que conozco su rostro, me será más fácil luchar contra ella.



Hoy mi válvula me ha dado una sorpresa, un respiro, y se ha abierto inesperadamente, cosa que me ha alegrado infinitamente, y por ello, le debía el dedicarle esta entrada. Y sin más dilación, subo esto y me voy a leer a Ignatius, un fiel amigo.

El Por qué (2º y escueta parte)

Cuando por fin volvemos a casa, con un coche Ferrari teledirigido y dos lotes de tres pinypons perfumadas, son las 8 y cuarto. Me he ganado ese baño, hoy sí.
Después de algunas escasas vicisitudes más (como meter el pollo al horno, subir y bajar un par de veces más para abrir el depósito del agua, pararme en medio del salón y soltar un medio quejido medio aullido de lobo) obtengo mi recompensa.
Eso fue lo que ocurrió el jueves. Una concatenación de absurdidades de las cuales yo fui la única instigadora, testigo y víctima. En otras ocasiones, apenas me habría percatado. O puede que me hubiese pillado uno de mis famosos cabreos. Pero el jueves me hizo tanta gracia que en un primer momento pensé en retwittearlo todo, para lo cual habría necesitado algo así como 60 o 70 tweets, cosa que todos los que tienen Twitter admitirán poco factible.
Y si tanto me gusta escribir sobre todo y nada, si es lo que llevo haciendo desde aquel primer diario que tuve con 13 años (no lo busquéis porque lo tiré) y no he dejado de hacerlo hasta ahora, por qué no aquí. Lo único que no lo contaré todo ;) y ya está.
Y hasta aquí la historia de por qué decidí un buen día empezar este blog.

viernes, 13 de abril de 2012

El Por qué (1º parte)

Jueves 12 de abril:
5:00- Subo al cuarto de baño a encender el radiador. Pertenece al ritual. Mi intención es ducharme a las 6 y media. Tengo que limpiar la cocina, el salón, y finalmente vestirme para ir a comprar tabaco. Esas son las tareas que he planificado para antes de mi baño. Yo siempre planifico. No es una imposición sino más bien una manía. Cuando me despierto, afronto la mañana planificando lo que tengo que hacer, y conforme va pasando el día, voy planificando. Incluso cuando como, planifico. Cuántos trozos de pan o de tomate tengo, cuántas copas de vino, y divido, sumo y resto hasta obtener un resultado proporcionado de lo que dispongo sin que nunca falte ni sobre nada.
Limpio, me visto y entonces, justo en el momento en que me voy para el estanco, llega mi little family de Cantoria. Porque por mucho que te guste planificar cada minuto de tu vida, existen unos seres que la habitan, encantadores dicho sea de paso, a los que les importa una leche que hayas planeado ducharte a las 6 y media. Mientras descargamos a las dos mininas, mi marido me pregunta por qué he llamado... Para saber si te ibas a pasar por el Bierzo. Es que estoy esperando a que me llamen del seguro. ¡Ve tú! La palabra "seguro" es inapelable e ineludible. No puedo ir sin seguro que está a punto de caducar y mi #marido-contable-asesorfinanciero-gestor-hacedordelarenta está detrás de conseguírmelo más barato. Además, si siempre he pensado que para conseguir el número de bastidor, me tenía que agachar y buscarlo por la zona de la barra que une las ruedas delanteras. Es preferible que vaya a comprar carne, que de comida entiendo algo más.
La carnicería del Bierzo pilla de paso que voy andando al estanco (siempre el sentimiento de culpabilidad por ir a comprar el diabólico tabaco), a la vuelta cojo el coche y voy. Lo dicho. De paso. Tenía una carnicería cerca de casa, pero con la manía de creerse pescadería y sólo abrir por la mañana, la dejé. El carnicero ha esbozado una media sonrisa hoy. Si conocierais a mi carnicero, entenderíais el por qué de mi comentario. Incluso me ha dicho que soy de las poquisísimas personas (o sea la única) que ha llamado ossobuco al ossobuco y a pesar de mi desconfianza primigenia hacia todo y todos, algún recóndito lugar de mi ser se ha visto colmado de orgullo.
Miro el reloj del coche al subir. Sólo he tardado media hora. Incluso me puedo permitir jugar al peligroso juego de guardar el coche en la cochera y demostrar así a mi marido que aunque no entienda de seguros de coche, yo también puedo hacerlo. ¡Oigan! ¡Que meter un coche nuevo y además ranchera en un ascensor no es tan fácil! Y menos cuando debes centrarte en realizar la maniobra exacta en lugar de mirar cómo esas dos señoras que no han visto la puerta de la cochera me observan desconcertadas enfrente de mí, preguntándose la una a la otra con qué propósito estoy intentando cortar la calle perpendicularmente con mi coche. Cuando por fin la puerta se abre, debo olvidar las miradas atónitas de las dos señoras al asomar la cabeza por mi lateral derecho mientras empiezo lo imposible. Y lo consigo. Y será un tanto frívolo por mi parte, pero me hace sentir muy bien. Bueno, puede que para mi ego haya valido la pena retrasar un poco la ducha.
Llego a casa, contenta, realizada como ama de mi hogar, con mi bolsa de carne de 30 euros (no es que no entienda de cantidades sino que mi carnicero tiene unas manos enormes en las cuales un kilo de chuletas parece un trocito minúsculo de carne). Llego a casa, me dispongo a ponerme las pantuflas para ducharme, mientras mi marido me comenta algo de la carne, que la niña tiene cumpleaños mañana, invitada por David, el niño que tiene hasta un zoo en su mansión, sigue con la carne, pienso en el cumple, mi madre me ha llamado hace un rato y le he dicho que iría mañana con las crías, pregunto por la hora, recuerdo que mañana, como la mayoría de las mañanas laborables por cierto, trabajo, pienso en el regalo, pienso en el baño, pienso en que el único sitio donde comprar un regalo está a cinco minutos en coche, y el único momento del que dispondré para hacerlo es ahora, o después del cumpleaños, pienso que he guardado el coche, y de pronto, dejo de pensar, meto a las crías en el coche rojo (que ha pasado a ser el viejo, el que menos apetece coger), y nos vamos a comprar un regalo al pequeño David.
Meterse en una tienda de juguetes con mis mengajas y pensar que van a irse de ahí de vacío es como creer en... ??? Una vez asumido esto, se trata de limitar al máximo los destrozos, o sea reducir el gasto (de lo contrario sería mimarlas demasiado). Entonces, ¿por qué las llevo? Porque con 3 y 5 años, visitar una tienda de juguetes es uno de esos placeres de la vida, y me encanta verlas corretear de una estantería a otra, y cómo se les ponen los ojos como platos cuando descubren algún juguete que les gusta. Disfruto casi tanto como ellas. Tiempo que metemos en encontrar el regalo: 5 minutos. Tiempo que tardamos en lo otro una buena media hora, tres dependientas movilizadas y cuatro clientes esperando para pagar y marcharse mientras mis dos mengajas están subidas encima del mostrador y buscando en el catálogo vía internet para mostrarles las nuevas Pinypon con pelo de verdad que han sacado para saber si las tienen ya. Y entonces va mi dependienta y me lleva a otro lado, supongo que lejos de los ojos de los demás clientes para cometer mejor su crimen, y nos hace esperar un minuto hasta aparecer de nuevo con dos lotes de tres pinypons, no una, tres, a las que no les veo el pelo natural por ningún lado y en la otra mano el yate último modelo que será en breve el objeto de deseo de todas las niñas adictas como las mías a las pinypons.
Touché. Es lo que pienso al mirar a la dependienta. Tener a tres dependientas ocupadas buscando pinypones peludas no iba a salirme gratis. Pero vuelvo a confiar en la humanidad cuando veo cómo se apiada de mis reticencias a llevarme un juguete que vale el doble que lo que de verdad veníamos a comprar (o también habría acertado si hubiese pensado que ese yate sería probablemente el último juguete que me llevaría de esa tienda) y entre las dos, convencemos a mi nena (edad real: 5 años y medio; edad mental: 2 ó 3 años más que su padre y yo) que el yate se lo tiene que comprar su tita para su cumple y que se lo van a guardar (tita, ahí lo llevas).

Empecemos...

Hace un mes, casualidades, cumplí siete años de vida "oficial" en internet, siete años de muchos claroscuros, siete años intensos, siete años en los cuales he aprendido mucho de cómo manejarme en este otro mundo. Y me parece fascinante que haya logrado llegar hasta aquí. Podéis reíros. Más allá de esta pantalla soy lo que llaman una antisocial. Desde que tengo recuerdos.

Empecé escribiendo unas pocas líneas en el más absoluto anonimato, en unos foros de la zona donde vivo; fue un acto irreflexivo, y la verdad es que me pareció absurdo creerme en aquel momento que a alguien le podía interesar lo que yo, con nombre y apellidos, nacida en Lyon el 4 de noviembre de 1973, casada y profe de profesión, había escrito.

Siete años han pasado pero no quiero olvidar cómo empecé.
¿Me arrepiento? No. ¿Lo volvería a hacer? En absoluto. Admítamoslo. Hay muy pocas cosas en esta vida que uno estaría dispuesto a hacer de nuevo.

Siete años, cuatro blogs (si no cuento un intento fallido que debe vagar ya muy muy lejos), siete cuentas de correos, cuatro facebooks, dos twitters, un tuenti, un millón de páginas webs visitadas, logeadas, marcadas, olvidadas; y ayer de pronto, tuve ganas de escribir para mí.

Y creo que ya era hora y que me lo debía.

Así que empecemos...